Cristina López Barrio:
“Cuando eres empático, es más fácil comprender y eso enriquece muchísimo”
La espera ha merecido la pena. Cuatro años después de ‘Rómpete, corazón’, Cristina López Barrio publica nueva novela, ‘La tierra bajo tus pies’, ambientada en la España de los años 30 y el contraste enorme entre la ciudad y el campo que ponía de manifiesto el proyecto de las Misiones Pedagógicas.
El pasado mes de marzo se fallaba el Premio Azorín. ¿Esa alegría inicial sigue presente o se ha atenuado?
Fíjate, todo lo que está sucediendo con el paso de los días en relación al Premio Azorín hace que esté más contenta y le tenga más cariño, es como si fuera asimilándolo y recogiendo los frutos de lo que supone haber ganado el Azorín.
Presentaste tu obra con otro título y bajo seudónimo. ¿A qué se debe?
Sobre el seudónimo, me hacía mucha gracia uno masculino, me apetecía. Era una mezcla de un personaje muy excéntrico de la novela que me gusta mucho, Leonardo, y del apellido de otro. El título era 'El encargo,' que era como la novela se llamaba en un principio, luego le di una vuelta y busqué otro más poético y sugerente. Me parecía que debía llamarlo como había nacido, ya que hacía referencia al encargo que hace Cossío a Cati para que cuente qué huella quedó entre la gente del campo del paso de las Misiones Pedagógicas.
¿Cuándo empezaste a dar forma a esta novela?
Estábamos en pandemia, más o menos hace dos años y medio. Es una historia que llega a mí de manera casual, absolutamente, estaba escribiendo otra novela que dejé a medias, y ahí sigue. Me puse a buscar información sobre un poeta que me gusta mucho, Luis Cernuda, y entre varios vídeos apareció uno del paso de Cernuda por las Misiones Pedagógicas, recordaba haber leído algo sobre ello hace años pero no me acordaba de nada. Busqué más información sobre ello y aparecieron unas fotos donde se podían ver las caras de gente que vivía en el medio rural a principios de los años 30. Había un punto de sorpresa, de descubrimiento, así que me fascinaron las fotos. Decidí que quería escribir una novela donde se contara la historia de esas personas. Investigué sobre las Misiones Pedagógicas, y cuanto más lo hacía más me enamoraba del proyecto, de tal manera que se comió a la novela que estaba escribiendo. Me documenté mucho sobre las Misiones Pedagógicas, después leí mucho para crear personajes como el de Cati, que está inspirado en Victorina Durán, figurinista y escenógrafa que trabajaba en Madrid en un club casi exclusivo de hombres donde también estaban Victoria Kent o Clara Campoamor, mujeres que empezaban a abrir el camino para la incorporación de las mujeres a la vida pública. Aquel Madrid tenía claros y sombras, luces y oscuridad, por eso he incluido la cita de Dickens de 'Historia de dos ciudades'. Había una esperanza por los nuevos tiempos que vendrían y, al mismo tiempo, flotaba en el ambiente una tensión que desembocaría en la Guerra Civil. La novela no llega a entrar en la guerra, no quería hacerlo, solo hablar de las Misiones, contar una historia de amor y, sobre todo, el encuentro entre el mundo de la ciudad y el mundo del campo en aquellos años 30 para compartir la cultura. La gente del campo llegó a conocer la cultura y el ocio de la ciudad, pero también la gente que iba de la ciudad, muchos de ellos eran gente joven, estudiantes, se nutre muchísimo, esa experiencia dejó en ellos una huella imborrable de conocimiento sobre las tradiciones, el conocimiento y el folclore del campo. Eran dos Españas que estaban aisladas la una de la otra.
A pesar de ser un episodio relativamente reciente, las Misiones Pedagógicas es un proyecto bastante desconocido.
Yo soy la primera que al leer sobre las Misiones Pedagógicas tenía un ligero recuerdo pero no sabía exactamente lo que era. Durante la documentación descubrí que Manuel Bartolomé Cossío fue uno de los grandes pedagogos cuando este campo de conocimiento apenas existía en nuestro país. Tenían una preocupación por regenerar España a través de la educación. No sé por qué este proyecto ha quedado prácticamente en el olvido. Las Misiones Pedagógicas ponen en primer orden lo que era la cultura para ellos: un bien de todos, algo que debía unir en lugar de desunir. Eso trato de explicarlo en la novela. Al principio había algo de desconfianza por parte de la gente del campo, porque cuando llegaba alguien de la ciudad solía tener como finalidad pedir dinero o votos. Hay muchos testimonios sobre ese recelo inicial hasta que entendían el objetivo de esa visita. Creo que es un proyecto tan bonito y que tiene unos valores de concordia, de ponerte en el lugar del otro, para acabar con esa intolerancia que tiene que ver con el desconocimiento; era un proyecto que trataba de enseñar en una vía recíproca, no era evangelizar sino compartir. Se intentaba paliar el aislamiento del mundo rural.
¿Cómo ha ayudado este proceso de documentación sobre las Misiones Pedagógicas para ambientar la novela en un contexto rural de aquellos años?
Tuve que documentarme sobre cómo se vivía en la España de principios de los años 30. Había zonas que estaban mucho más aisladas, así que los misioneros se encuentran situaciones de pobreza y de enfermedad bastante preocupantes. He hecho todo un proceso de búsqueda de documentales y libros para recrear ese mundo rural con las fuerzas vivas que había en cada pueblo: el cura, el alcalde, el terrateniente, el maestro... Todos esos personajes, que parecen arquetipos, he tratado de hacerlos míos para que me ayudaran a contar lo que sucedía. Dentro de la novela hay una gran historia de amor entre una mujer de la ciudad, cultivada, y un hombre de campo, entre ellos hay un abismo cultural, social y económico. También quería mostrar ese lado más oscuro en el mundo rural de las guerras entre familias, rencillas de hace siglos que se transmitían. Esto también me daba juego, no es un ensayo sobre las Misiones Pedagógicas sino una novela ambientada en esa etapa.
Sobre esa historia de amor, Jeremías parece un hombre incluso anterior a los años 30. ¿Querías apelar a ese sentimiento casi primario del amor, unas pulsiones poco racionales?
Sí, es casi la figura del salvaje. Su hermana Paciana, que es una mujer del pueblo, quiere mantenerlo casi aislado, que no pueda mancillarlo nada de las leyes y la propia sociedad. Jeremías es ese hombre que vive en la naturaleza, más primario, nada sofisticado y que tiene un encuentro con Cati, con el cine, donde acaba fascinado por Charlot, de alguna manera se ve reflejado en él. Muchas veces cuando lees un libro, ves un cuadro o una película te hace reflexionar sobre ti, sobre los demás y sobre la vida. El descubrimiento que hay en esa historia de amor es doble, de Jeremías sobre la vida de Cati, y de Cati de todo el mundo de la naturaleza que va más a la piel, al instinto, a los sentidos, por eso el título de novela, 'La tierra bajo tus pies'.
Si lo traemos a la actualidad, ¿es el amor una de las pocas cosas que nos iguala, independientemente de la clase social?
Por supuesto. Más allá de las clases sociales, somos humanos, el amor, el odio, la venganza... todos los sentimientos y emociones nos recorren. En esta novela hay una gran historia de amor donde trato de mostrar que el amor te transforma, provoca un acercamiento al otro, esa parte en la que uno sale de sí mismo para ceder y acercarse al otro. Como en toda relación, hay que ceder, acercarse y conocer a la otra persona, eso conlleva una parte de generosidad y de enriquecimiento. En este caso supone una renuncia por parte de ambos personajes.
Cati llega de Madrid y se encuentra con una familia muy peculiar, con una matriarca. ¿Necesitabas crear al personaje de Paciana para mostrar más si cabe el contraste entre la mujer que vivía en la ciudad y la que vivía en el ámbito rural?
Sí. El personaje de Paciana tiene ciertos rasgos masculinos, aunque Jeremías es su hermano pequeño tiene algo de maldito, así que su padre considera que Paciana es el único hijo que ha tenido, incluso la enseña a cazar. Paciana tiene las dos caras, la de matriarca que ha tomado el papel masculino que le da el padre, pero por otro lado representa a esa mujer de campo sufrida en todas las inclemencias relacionadas con los problemas económicos ligados a las malas cosechas, la amenaza de ruina constante, la pérdida de los hijos con tanta mortalidad infantil. Sin embargo, cuando ve los zapatos verdes de Cati, que es algo que uso como nexo narrativo, se pregunta cómo será vivir esa vida. Me gustaba esa simbología que también se da cuando Cati se prueba las alpargatas, ponerse en el lugar del otro, la curiosidad de Cati por conocer la vida de Paciana. Es una novela que habla del encuentro, de ponerse los zapatos del otro y ver una vida totalmente diferente a la tuya. Cuando eres empático, es más fácil comprender y enriquece muchísimo.
Al referirte a Jeremías hablas de ese vehículo emocional que es el cine. Hay una clara influencia de las Misiones Pedagógicas, ¿también una alusión a películas como 'Cinema Paradiso'?
El cine era lo que más sorprendía a las personas del campo. Alejandro Casona cuenta que la enorme huella que le deja la primera vez que ve una representación teatral, esa noche no puede dormir y luego se acabaría convirtiendo en un gran dramaturgo. Eso lo uso en el personaje de Cati, también basado en una historia personal mía, me crié en el barrio de Las Letras, mis padres me llevaban a ver mucho teatro y la primera vez que vi una obra en verso me quedé prendada. 'Cinema Paradiso' muestra todo lo que te hace sentir, lo que te cambian las historias que te cuenta el cine. Es una película que me hizo llorar, es tan nostálgica y maravillosa.
Dejando a un lado 'La tierra bajo tus pies', en 2009 ya recibiste un galardón por 'El hombre que se mareaba con la rotación de la tierra'. ¿Qué queda de aquella autora incipiente?
Recuerdo que fue la primera novela que publiqué. Era como un sueño cumplido, desde que tenía 17 años lo que quería era publicar una novela, ser escritora, aunque por avatares de la vida estudié Derecho. Sobre lo que queda de aquella autora, he tenido que recuperarlo, mirar atrás, porque a veces he perdido un poco de dónde vengo y qué sentido tiene todo esto. Es cierto que desde 2019, cuando publiqué 'Rómpete, corazón', hasta ahora ha pasado bastante tiempo, tuve una etapa de bloqueo, de no saber qué escribir. La manera de encontrarme fue mirar hacia atrás, ver de dónde venía, de esa adolescente que amaba escribir, perderse en una historia sin tener más expectativas que disfrutar de hacerlo. Siempre había querido llegar donde estoy ahora, pero lo veía desde un lado más idílico. Rebusqué en esa pasión. Fui una niña completamente absorbida por los cuentos y la fantasía, así que empecé a escribir y a inventar cosas. El disfrute de fantasear, de inventar, de escribir, la vía de escape que era para mí los libros; si pierdes eso, vas sin brújula. Así estaba yo, centrada en las expectativas sobre si la novela gustará o no, si venderá, aspectos que claro que están cuando perteneces a un mundo más profesional. Si pierdes la ilusión, ese disfrute, no tiene sentido, y el lector lo nota.
Aquel premio de 2009, ser finalista del Planeta en 2017 y, ahora, el Azorín. Todo ese bagaje, que debe ser muy grato, ¿supone un peso añadido a la hora de sentarte a escribir nuevas historias?
Claro, por supuesto. Tienes unas expectativas. Todo eso hace que, de alguna manera, la responsabilidad tenga más peso, quieres escribir una nueva novela que tenga más lectores, que vaya bien a nivel de ventas, que esté bien considerada para optar a un premio... Todo eso está fenomenal, pero no puedo perder el centro: la pasión por escribir. Se trata de pensar en tu historia, ser coherente con ella y con tus personajes. Como la propia vida, no sabes qué va a pasar. Cuando te sientas a escribir debes tener en cuenta esa responsabilidad pero, a la vez, dejarla un poco a un lado para dejarme llevar por la historia y no bloquearme; cuando haces algo con muchas expectativas y piensas más en el fin que en el camino, acaba produciendo parálisis.