El reconocido actor madrileño dirige la adaptación de ‘La reina de la belleza de Leenane’. La obra se representará en el Teatro Infanta Isabel hasta finales de julio después de una gran acogida del público en ciudades como Avilés
Juan Echanove:
“Puedes decir al público que venga a ver una obra cuando te duele hacerla”
Que la experiencia es un grado es un axioma que queda una vez más reflejado cuando se ve trabajar a Juan Echanove sobre las tablas de un teatro. Ha dejado a un lado de forma temporal su faceta más actoral para ejercer como director en ‘La reina de la belleza de Leenane’, un texto original de Martin McDonagh que llevaba un tiempo en su cabeza.
¿Qué te llevó a pensar en esta obra de Martin McDonagh?
Cuando estábamos terminando la producción ‘Ser o no ser’, Lucía Quintana y yo nos reunimos, que es algo que venimos haciendo ya desde ‘La fiesta del chivo’. Quería seguir trabajando con Lucía Quintana, ella quería seguir trabajando conmigo, esto es importante, y entonces empezamos a tirar sobre la mesa una cantidad de títulos. Había visto ‘La reina de la belleza’ cuando la estrenó Mario Gas, en Madrid, hace muchísimos años, pero yo entonces todavía no dirigía, no hacía dirección escénica y, sobre todo, los personajes masculinos de esta función no se adaptaban bien a mi repertorio, a mi manera de trabajar. Sencillamente sentí una enorme admiración por lo que me contaba Mario Gas a través de ese montaje de McDonagh, y descubrí un montaje que entonces me resultó verdad, y me impactó por la crudeza y la verdad que destilaba.
Precisamente uno de los títulos que lucía Quintana tiró encima de la mesa fue ‘La reina de la belleza’, así que empecé a pensar en ella como director. No tenía recuerdos palpables del montaje de Mario, no estaba condicionado por ello, no tenía que luchar por olvidar o por recordar, no, en absoluto. Cuando empecé a hablar con Bernardo Sánchez Salas para traducirlo, quería hacer una adaptación que escapara del naturalismo, que fuéramos más a la esencia, a la realidad, al realismo, porque el montaje de McDonagh nos describe un universo cotidiano de objetos que son importantes, pero que si los quitas te encuentras con la verdad de una relación de una madre, de una hija y de dos hermanos que llegan a ese universo para provocar más tensión si cabe todavía entre ellas. Eso es lo que me movió.
Busqué a la madre. Soy amigo de María Galiana y la conozco desde hace muchísimos años, antes de ‘Cuéntame’, mucho más. Sabía que ese gran personaje que construyó de Herminia en ‘Cuéntame’, era algo que María quería trascender a él y demostrarle a los espectadores que había algo más allá de esa maravillosa creación y que ella podía aportar como intérprete. Sabía a qué se refería y le dije: “Te va a doler, María, porque no va a ser fácil el proceso de ensayos, te voy a tener que llevar a un sitio que no es tu registro y no es al que estás acostumbrada”. Ella me respondió que es lo que quería. María es una persona muy inteligente, muy activa, intelectualmente muy potente. Teníamos a las dos actrices, así que había que buscar a dos actores que hicieran a estos dos personajes masculinos maravillosamente bien. Aparecieron Javier Mora y Alberto Fraga, y la producción se puso en marcha.
Uno de los elementos más palpables en la obra de McDonagh es un ambiente claustrofóbico. ¿Ha sido difícil plasmarlo en escena?
Un amigo mío actor, desaparecido ya, Cesáreo Estébanez, decía: “Esto del teatro o es muy fácil o imposible”. Es una gran verdad. Difícil es todo, cuando tú empiezas a dar forma al texto, antes de empezar el proceso de ensayos, es aquello que no te deja dormir por las noches, que te enferma. Gerardo Vera, que era insomne como yo, cuando estábamos haciendo ‘Los hermanos Karamázov’ y ‘Sueños’, nos llamábamos y nos mandábamos mensajes a las tres y media de la mañana, hasta el punto de la fiebre y la enfermedad, yo sabía que eso se le provocaba a él llegar a lo que quería contar. Yo era solidario con esa enfermedad, pero ahora, que lo sufro directamente desde la dirección escénica, me he visto a mí mismo muchísimas madrugadas, he visto amanecer muchísimos días del período de esta producción, doliéndome el alma porque sabía que tenía que poner a los intérpretes y a los personajes de una manera descarnada dentro del drama que me proponía McDonagh. Cuando realmente te duele lo que estás haciendo, es cuando luego vas a poder decirle al espectador que venga a verlo, porque es una obra que le va a incidir, y el teatro tiene que incidir.
Aunque la obra está muy enfocada a ese contexto de una zona muy concreta de Irlanda, ¿por qué crees que va a interpelar al espectador? ¿Qué le va a remover por dentro?
Porque Irlanda tampoco es Tanzania, es una cultura del norte, muy parecida al País Vasco, a Galicia, a Asturias... Pero es que no tiene que ver con la geografía, tiene que ver con la geografía humana, con los afectos humanos, y en cualquier pueblo de Ciudad Real, estoy seguro, o del interior de Valencia, de la Andalucía profunda, o de Extremadura, de cualquier parte de nuestro país, la soledad existe, la despoblación existe, las posibilidades de vida cada vez son más complicadas. Hay una frase en la función, “pueblo pequeño, infierno grande”, que es muy palpable.
Tenemos toda una cultura, una educación que en su mayor parte es católica, opresiva, en donde la vigilancia de los unos sobre los otros, la obligación de los hijos a quedarse muchas veces con los padres porque no tienen posibilidades económicas para que los puedan atender en una residencia. Muchos jóvenes españoles tienen que seguir viviendo en su casa con lo que supone de pérdida de independencia y de intimidad, porque no tienen posibilidades económicas para poder pagar sencillamente un sitio donde vivir. De ahí surge McDonagh, no se inventa nada, lo que hace es jugar luego las cartas de los personajes para mostrarnos en ese espejo teatral un drama vivo.
”Sabía que María Galiana quería trascender al gran personaje de Herminia”
Una de las realidades y problemas a la que nos enfrentamos la sociedad actual es el edadismo. ¿Crees que le añade otro prisma más si cabe a esta función?
Yo soy de una generación, a los que nos llamam ‘boomer’, tengo 63 años y me duele enormemente ver cómo la vida que muchas personas mayores llevan es una vida jodida, pero muy jodida, incluso en el mejor de los casos que se pueda cuidar bien de ellos. Y la vida de los jóvenes sigue siendo también otra vida jodida, porque no hay una posibilidad de evolucionar y de que puedan tener sus propias ilusiones. Me parece tremendo, es el gran drama del siglo XXI.
Para que este drama funcione, el del escenario, es básica la relación que hay entre madre e hija. ¿Cómo ha sido ese trabajo con María Galiana y Lucía Quintana para que haya esa conexión tan necesaria?Más allá de lo buenas actrices que son, son muy buenas personas, se quieren muchísimo. Lo bonito de este montaje para mí es que sé que hay cuatro personas que disfrutan trabajando los unos con los otros, que se ayudan, se apoyan para hacer todos los días la función lo mejor que se pueda hacer,Aquí, en esta función, nadie viene a trabajar, todo el mundo viene a hacer lo mejor que saben y ponerlo encima de las tablas. Llevan ya veinte funciones hechas, hay muchos proyectos que después de veinte funciones se mueren, aquí no han hecho más que empezar, pero yo estoy seguro que cuando lleven doscientas todavía querrán hacer la función perfecta y me tendrán a mí para ayudarles, porque ese es mi trabajo a partir de ahora.
Como dices, la función ya estaba rodada, ha estado por por diferentes ciudades. ¿Os da eso un punto de calma a la hora de traerlo aquí, al Infanta Isabel?
Hombre, a mí desde luego, porque ya he visto el montaje, sé que funciona, ahora se trata de adaptarlo. Aquí vamos a estar mucho tiempo en Madrid, pero llevamos dos días montando, y solamente ver cómo el camión tenía que descargar en la calle Barquillo te hace pensar en imposible que es el teatro. Y luego, cuando ya toda la carga está dentro del teatro y empiezas a volver otra vez a montarlo, es tremendo pero también maravilloso. Mi pánico escénico se acabó el día que estrenamos en Avilés, a partir de ahora mi trabajo es con un equipo técnico del que yo soy el responsable. A los actores les veo muy bien plantados, mucho.
Se suele decir que muchas veces tenemos que aprender de quien tenemos enfrente, ya sea lo bueno o incluso lo malo, para no repetirlo. En tu caso, como director de esta obra, ¿qué has aprendido de otros directores?
Hace un rato se lo decía a un compañero tuyo, yo he tenido la suerte de que todos los directores que me han dirigido han sido grandes directores, he aprendido muchísimo de ellos. Las cosas malas que he podido observar de ellos no eran gratuitas, seguramente eran fruto de un proceso de nervios, de incomprensión, de ese proceso febril y enfermizo que se provoca cuando estás dirigiendo una función. Es decir, que en mi carrera teatral no hay más que agradecimiento por todos lados, no te puedo dar ni siquiera un detalle de uno para decir no me gustó trabajar con Fulano. Para mí todos están al mismo nivel y han sido importantísimos en mi vida. He tenido muchísima suerte, creo que he trabajado con los mejores.
”La vida es muy jodida para la gente mayor, y también para los jóvenes”
Comentabas antes ese estreno en Avilés, donde la respuesta del público fue muy positiva. ¿Compensa todo ese trabajo del que has hablado anteriormente, enfermizo, de preparación?
A mí sí, me compensa una barbaridad, la verdad que sí. Me hace muy feliz, y me hace descansar luego muchísimo, porque después de una tormenta viene la calma. Y siempre que llueve, escampa.
Vais a estar aquí un largo tiempo en el Teatro Infanta Isabel, aquí en Madrid. ¿Cómo te difícil es atrever al público en una etapa del año más tendente al ocio en la calle?
Nunca se sabe. Esto es un tema de producción, cada uno sabe lo que tiene que hacer, pero parece ser que la temporada que cada vez se alarga más. De la misma manera que el clima también está modificando las costumbres de la gente, hay muchísima público que viene de fuera y que puede encontrar en una temporada entre junio y julio la oportunidad de ver una obra de teatro que no sea de relleno de temporada, sino de estreno. Ahí soy optimista, y parece ser que va bien, o sea que hay razones para pensar que ese optimismo es realismo también.