El cantaor barcelonés propone un viaje a la ilusión navideña de la infancia con su nuevo disco, ‘El árbol de la alegría’. Dentro de esta gira actuará en ciudades como Madrid (19 de diciembre) o Salamanca (día 26)
Miguel Poveda:
“Aunque nos recreemos más en la pena, también hay buenos momentos”
Alguna campaña comercial o la instalación de luces en las grandes ciudades nos van dando una pista clara de que la Navidad está a la vuelta de la esquina. Miguel Poveda también suma un granito de arena a la causa con su nuevo disco, ‘El árbol de la alegría’, que promete ser la banda sonora de estas fiestas.
Tras 'Poemas del Cante Jondo', presenta ahora 'El Árbol de la Alegría'. ¿Cuánto tiempo llevaba rondando en su cabeza la idea de hacer un disco como este?
Si te soy sincero, tampoco tenía en mente hacer un disco completo. Sí había tenido ganas de grabar algún villancico suelto; incluso estuve tentado porque la familia de Fernando Terremoto quería que recogiera algunos de sus villancicos. Pero me parecía un terreno que pesaba mucho para mí, porque me encanta todo lo que hizo Fernando en torno a esa historia. Poco a poco, sin embargo, se fue conformando una idea, un disco que me permitió hacer mis propias composiciones y pensar: “¿Por qué no?”. Ver a otros compañeros hacerlo me animó a ese flashback, a darle al botón del tiempo y viajar a otra época, porque la presente no me motiva mucho para esto.
Ese viaje emocional a su infancia en Badalona, ¿cómo ha sido?
Muy gratificante. Volver a mi tierra, aunque sea mentalmente, ha sido reencontrarme con mi familia, con las reuniones bajo la mesa mientras mis tíos jugaban al parchís, a las cartas, al bingo... y donde yo escuchaba sus risas, sus chistes, incluso los que no eran aptos para niños. Recuerdo a mis tías riendo a carcajadas en unas reuniones que ya no se dan porque los primos nos hemos hecho mayores y andamos todos muy dispersos. Activar ese Miguel de ocho, diez o doce años, lleno de recuerdos previos a la adolescencia, ha sido un viaje emocional maravilloso.
Canciones como 'El árbol de la alegría' o 'Fuera las penas' invitan a vivir estas fechas desde el júbilo. ¿Es para usted la Navidad sinónimo de felicidad?
En realidad, la Navidad no es sinónimo de felicidad. La gente suele ponerse triste; los niños son quienes se alegran, porque llegan las vacaciones, los regalos, las luces, el colorido de las calles... Cuando eres adulto, la Navidad te recuerda a quienes ya no están o a los compromisos. Yo he querido conectar con el niño que fui. Los adultos estamos todo el año almacenando malas noticias, lugares de pena y preocupaciones. En este caso he querido ser ese niño. Tengo un hijo y he intentado mimetizarme con él, vivir la Navidad desde esa mirada alegre, colgando en el árbol también los buenos momentos, porque los hay, aunque a veces nos recreemos más en la pena y en lo trágico.
¿Cuál es su momento preferido de estas fechas?
Levantarme el día de Navidad y ver cómo mi hijo corre hacia el árbol. Aunque este año ya me ha dicho que algún aspecto que desvela el misterio, la ilusión de verlo abrir un regalo no tiene comparación con nada.
Hay una frase suya muy bonita: “Hay sillas vacías en estas fechas que siguen ocupadas en el corazón”. ¿Podría hablarme de ello?
Claro. Cuando las sillas se quedan vacías alrededor de una mesa que se pone para compartir, sobre todo en fechas como estas, su ausencia se hace patente. Puede ser por enfermedad o porque esa persona ya no está de forma física. En mi caso, con mi padre intento no dramatizarlo: agradezco que existiera, que me diera amor, educación, valores. Esa silla vacía la lleno de gratitud, de su presencia simbólica en mis logros. No todas las pérdidas son iguales, hay muertes trágicas, como las de los niños asesinados o las víctimas de catástrofes como la DANA, que son imposibles de asumir sin dolor. Pero cuando la vida se apaga tras una enfermedad, uno intenta dejar ir con amor y recordar desde la alegría, aunque sea una “triste alegría”.
Musicalmente, ¿qué suena en su casa durante estas fechas? ¿Es más de villancico tradicional o también suena el archiconocido tema de Mariah Carey?
Soy muy de Michael Bublé. Me encantan esos villancicos americanos, los 'crooners', Frank Sinatra... Aunque también escucho los flamencos, sobre todo los de Jerez, que para mí es donde mejor se cantan los villancicos, con esas zambombas y el talento popular. Y me gustan los tradicionales del norte de España, como en Burgos. Pero los de Jerez tienen esa cosa flamenca que me conecta al segundo.
Volviendo al disco, siempre ha estado muy ligado a Jesús Guerrero. ¿Haber trabajado tan estrechamente con él en el anterior álbum ha reforzado esa conexión artística?
Sin duda. Grabar el disco anterior íntegramente con Jesús Guerrero, al lado de su casa de San Fernando, nos permitió descubrir una fórmula que queríamos repetir. Esa cercanía, ese entorno familiar, frente a la casa de Camarón, lo convertía todo en algo especial. Esta vez ha sido incluso mejor, más festiva, más espontánea. Grabábamos en verano, entre conciertos, cantando villancicos con casi 40 grados. Era muy divertido.
¿Será una gira más especial por tratarse de canciones navideñas en plena Navidad?
A mí me encanta el escenario, celebrar con el público. Venía de una gira con un repertorio muy intenso que requiere una concentración y un ritual casi religioso ante la poesía de Federico García Lorca y su 'Poema del Cante Jondo', que ahonda en los sentimientos del ser humano, unas veces desde la pena y otras desde los paisajes de Andalucía. Este proyecto me pedía algo más desenfadado, más desinhibido, aunque sin perder la emoción. La idea es celebrar, aunque haya cierta melancolía, y convertirte en un niño lleno de ilusión, contagiando esa energía al público.
Recientemente vivió una actuación muy especial, la que ofreció en el Jardín de Velintonia, casa de Vicente Aleixandre. ¿Cómo vivió ese momento?
Fue mágico. Ya había cantado allí antes, pero esese día en concreto fue aún más especial porque interpreté poemas no solo de Lorca, sino del propio Aleixandre y de sus amigos de la Generación del 27, como Dámaso Alonso, Manuel Altolaguirre o Concha Méndez, y hacerlo frente al cedro que él planto en el patio. Vivir esa atmósfera, comprobar que la casa se había convertido en museo, fue emocionante. Era como cerrar un círculo: por fin en Velintonia, como decía Federico.