Tras el éxito de ‘Libelo de sangre’, la autora presenta ‘Estirpe de sangre’, una novela donde se puede observar con precisión cómo era la sociedad del siglo XVII
Sandra Aza:
“El deseo de hacer justicia nutre, mientras que la sed de venganza consume”
Desde que en 2021 recibiera el premio Odilo, la carrera literaria no ha dejado de darle alegrías a Sandra Aza. La última de ellas es ‘Estirpe de sangre’ (editorial Planeta), una novela que toma el testigo de la aclamada ‘Libelo de sangre’.
Hablamos en 2023 en relación a ‘Libelo de sangre’. Te pregunté por una hipotética segunda parte y me dijiste que estaría en breve.
No fue nunca mi intención un ‘Libelo de sangre’ que tuviera dos partes, lo que pasa es que a mitad de la historia la trama se hizo dueña del relato y me llevó por unos derroteros que no había contemplado inicialmente, en absoluto. Cuando ya me di cuenta de que aquello iba a tener segunda parte, en mi mente, a medida que iba finalizando ‘Libelo de sangre’ ya estaba pergeñando la segunda parte. Sabía que aquello terminaba pero era susceptible de una segunda parte, y que a quienes les gustara ‘Libelo de sangre’ me iban a pedir la segunda parte. Se lo debía.
¿Es imprescindible haber leído primero ‘Libelo de sangre’ para seguir ‘Estirpe de sangre’?
No. Esta novela realmente es la segunda parte, es decir, el primer capítulo de ‘Estirpe de sangre’ podría perfectamente ser el siguiente del último de ‘Libelo de sangre’, pero está en cierto modo independizada, porque los ‘flashbacks’ que hay donde se cuenta sucintamente lo que pasaba en la novela anterior ubica perfectamente al lector para continuar la historia. Se puede leer perfectamente ‘Estirpe de sangre’ y luego ya, pues si te ha gustado mucho la historia y tienes curiosidad, pues te puedes leer ‘Libelo de sangre’. Yo recomendaría el orden cronológico, pero no es imprescindible.
“En la primera parte la trama se adueñó del relato y me llevó aquí”
En ‘Libelo de sangre’ hablabas de un proceso de documentación muy exhaustivo sobre una época que te apasiona, que es el siglo XVII, y que te había servido para conocer muchísimas cosas. Imagino que toda esa base ha servido para que haya fluido más si cabe esta historia.
Sí, sí, ha fluido mucho más. La base de esa documentación estaba, cómo era la sociedad, la manera de vestir, de hablar, ese idioma, porque al final es un idioma diferente, todo eso ya lo tenía más interiorizado. Lo único que sí que he tenido que ahondar un poquito en el mundo de la aristocracia, eso está en ‘Libelo de sangre’, hay un capítulo donde hay una fiesta y se dan unas pinceladas de cómo vivía la aristocracia, pero aquí ya entramos directamente en los palacios aristócratas, en la vida de la corte, conocemos a Felipe IV, está presente el Conde de Olivares y otros personajes históricos que están en los escenarios y desencadenan ciertas situaciones, personajes de la Historia que tienen mucho que ver con las tramas de la historia. Eso está muy entrelazado.
En la novela anterior convivían las tres patas que te apasionaban: la Inquisición, el siglo XVII y Madrid. Dos ellas vuelven a estar presentes en ‘Estirpe de sangre’. ¿Era innegociable que se desarrollara en Madrid?
Sí, son las nuevas aventuras de Alonso y debe transcurrir en Madrid, lo que pasa es que sí salimos, nos vamos a otros sitios que no voy a decir, ya no está todo tan centralizado en Madrid, aunque la mayor parte de la trama es en la villa.
Respecto a la aristocracia, hay un choque muy evidente respecto a ‘Libelo de sangre’, donde casi todo se desarrolla en las calles.
Quería entrar en la aristocracia para desdemonizarlo, es decir, ver que en la aristocracia también había gente buena y también había gente mala, como en los bajos fondos. Quería entablar ese contraste, pero no solamente desde el punto de vista económico, es decir, los pobres son muy pobres y los ricos son muy ricos, y esto es verdad, lo que gastaban los ricos en una sola comida era absolutamente indecente teniendo en cuenta que es que en los muros de su casa estaba muriéndose la gente. Sin embargo, había también muchas obras de caridad, muchas donaciones, porque la religión era un pilar fundamental y los aristócratas tenían muy presente que para ir al cielo tenían que hacer donaciones y portarse relativamente bien con la gente más desfavorecida.
La Inclusa tenía muchísimas ayudas por parte de la alta sociedad, por parte de la corona, aunque no llegaran a colmar toda la necesidad que había. Quería entrar en ese contraste también a nivel moral, para decir que en la riqueza hay doble moral, pero también hay bondad, y en la pobreza hay doble moral y también hay bondad, son dos virtudes que no son incompatibles con lo abultado que esté el bolsillo.
Es muy difícil hablar de estado de moral sin caer en el maniqueísmo.
Claro, sin caer en el juicio de valor, que al final lo haces y te acabas decantando por los desfavorecidos, como es normal. Creo que es un error juzgar en general, porque nunca se tienen los suficientes datos, si juzgamos cosas de la Historia, del pasado, que tendemos a hacerlo con los ojos del presente, es un error, porque para juzgar algo que pasó tienes que estar en ese tiempo, entrar en el contexto histórico y tener los pensamientos y los principios de moral, de bondad y de religión que se tenían entonces. En ese sentido, es importante no caer en qué es lo bueno y qué es lo malo, porque es algo tan relativo como me gusto por un determinado color. Es evidente que dar dinero a un pobre es ser bueno, pero a lo mejor un aristócrata solo lo hacía a partir de la creencia de que así iría al cielo. Eso en aquella época estaba muy vigente, la religión era la esperanza de los pobres, veían el sufrimiento como la cruz necesaria para entrar al paraíso después, mientras que los ricos también hacían lo posible para que no se les cerraran las puertas de ahí arriba.
La vida era muy dura para ricos y para pobres, la vida valía poco, los ricos iban a la guerra y podían morir fácilmente. Había necesidad de creer en la resurrección, de que la vida en la tierra no era el final. Eso marcaba un poco la ruta de los actos de mucha gente, a pesar de que allí se delinquía a placer; por ejemplo, matar a un esclavo no se consideraba nada malo porque era de su posesión.
“No se pueden juzgar cosas del pasado con los ojos del presente”
El protagonista, Alonso, se encuentra con unos amigos en la calle, sobreviviendo como pueden a través de la picaresca. Aunque está ambientada en otro siglo, ¿se puede interpretar como un guiño a ‘El lazarillo de Tormes’?
A esa obra icónica no en particular, sí a la picaresca porque me parece una genialidad española. Además los picaros son gente que, una vez que estudias su código ético, porque lo tenían, sus costumbres, su manera de pensar, sus principios, su moral, te caen bien. Ellos necesitaban comer, pero jamás hacían daño, mentían, embusteaban, trampeaban, embaucaban, pero nunca hacían sangre, siempre eran delitos del instinto de supervivencia, para comer, no era delinquir por placer. Eran personas esencialmente buenas, solo que les había tocado una manera de vivir donde tenían que exprimir al máximo sus recursos. Me genera muchísima admiración ver los recursos que tenían y qué hacían para poder vivir, me parece muy valiente. Ha sido mi guiño particular a la picaresca.
¿Crees que ese poso ha llegado de algún modo a la sociedad actual?Sí, el español es pícaro, un pícaro simpático
Hay un personaje que aparece en escena y que va a hacer que la historia de Alonso cambie de rumbo. ¿Existía realmente Gonzalo Soto de Armendía?
Sí. La Carrera de Indias era absolutamente leonina, la lista de impuestos que tenían que pagar para hacer una importación y exportación era muy susceptible de trampear. Y los aristócratas, además, que no estaban acostumbrados ni a pagar impuestos. Ahí se incautaban muchas cosas, por ejemplo en 1621, llegó con un cargamento brutal de oro y plata que habían traído los potentados sevillanos y el rey Felipe III decidió que tres cuartas partes se incautaban para financiar las guerras. Todo esto era muy susceptible de trampear, del contrabando, era la picaresca también, pero una picaresca de más alto nivel.
Al margen de todo eso, Alonso tiene ganas de venganza y apuesta por la abogacía. ¿Es el aspecto de la personalidad que más conecta contigo?
A ver todos los personajes tienen algo de mí, también los malos, lo cual me asusta, y a mi marido más (entre risas). Mi pretensión era hacer como un canto a la justicia, es decir, que a pesar de la injusticia tan grande que pueda haberse cometido, al final la justicia siempre llega, y la venganza, si la consumas desde la justicia, no te va a consumir. La sed de venganza consume y el deseo de hacer justicia nutre, alimenta a la persona y al sistema. La verdad, tarde o temprano, aflora.
¿Había también una intención de mostrar que incluso en esa época no era todo ojo por ojo, diente por diente?
También. El sistema judicial funcionaba y lo hacía bastante bien. Cuando Alonso le dice a su padre “si ellos vacían mis ojos de lágrimas, yo les voy a vaciar el cuerpo de sangre”, él le para y le dice que “no puedes purgar la sangre de un inocente derramando la de un culpable, porque las dos brotan rojas y las dos brotan igual, tienes que ampararte en la justicia, así que estudia leyes, ingresa en la universidad y conviértete en abogado”. Eso se podía hacer, había buenos abogados, había un sistema judicial, lo que sucedía es que había pocos abogados, no había mucho dinero y solo unos pocos podían permitírselo, también era muy difícil resolver un crimen, no había los medios de ahora y era muy fácil cambiar de identidad. Era complejo resolver los crímenes, sí que se castigaban, pero muchas veces pagaba gente inocente porque había que dar respuesta al pueblo, al consejo de Castilla o al rey, y se buscaba un chivo expiatorio, que podía ser rico, pobre o de clase acomodada, dependiendo de la situación. Rodrigo Calderón, que era el brazo derecho del duque de Lerma, terminó degollado en la Plaza Mayor. El sistema judicial llegaba a ricos y pobres, aunque mucho más a estos últimos, por cada Rodrigo Calderón que murió degollado en la Plaza Mayor habían muerto ahorcados mil pobres.
Llama la atención una especie de profesión de la que hablas en la novela: las remiendavirgos.
Eso lo descubrí porque me interesa mucho y he querido potenciarlo en esta novela el papel de la mujer en la época, la opresión que sufrían, las vías de escape que ellas utilizaban y encontraban para abrir la jaula. Ellas utilizaban cualquier quiebro, cualquier resquicio por el que podían colarse para respirar un poco de aire puro. Estudiando todo esto, me encontré las dos características de la mujer del siglo XVII, sobre todo de las aristócratas, una es comer barro, porque blanqueaba la piel y eliminaba la menstruación, lo cual permitía devaneos sin consecuencias, y, por otro lado, la presencia de las remiendavirgos. Había muchísimas, y cuando hay mucha oferta es que hay mucha demanda, lo que indica que había muchas mujeres que se dejaban llevar por la pasión. Una vez roto el velo, ancha es Castilla. El problema llega en el momento de acreditar que no se había roto. Ahí aparecían las remiendavirgos, que eran sanadoras realmente, muchas de ellas eran parteras, por eso sabían bien lo que hacían, y también practicaban abortos. Las mujeres lo hacían porque, como no llegases virgen al matrimonio, estaban perdidas. Las remiendavirgos eran una profesión muy socorrida, muy recurrida y muy recurrente.
Otro papel de la mujer, las dueñas. ¿Qué puedes contar sobre ellas
Las dueñas eran generalmente mujeres ancianas, de una moral muy estricta, o por lo menos aparentemente, que eran las que acompañaban a las doncellas casaderas. ¿Para qué? Para que no se les acercasen los moscones, para que no hubiera problemas y, en un momento dado, dar fe de la castidad de la dama. Eran dueñas de las doncellas muchas veces desde que nacían, muchas niñas de la aristocracia tenían poco contacto con la madre, así que para muchas de ellas las dueñas eran quienes las habían criado. Muchas veces la dueña era la que celestineaba, pero otras veces era la que impedía o la que frustraba una cita clandestina.
En redes sociales demuestras un buen ‘feeling’ con tus seguidores, con los ‘libelianos’. ¿Es lo que más orgullo te hace sentir de esa trayectoria literaria?
Sin duda, es mi gran tesoro. Los libelianos, los lectores, me han dado tanto cariño. Además, esa cercanía con ellos me ha hecho volver a revivir la historia. Que ellos lo lean, volver a conectar con ellos, hace que la ausencia sea menor, que el nido esté menos vacío. Ellos han hecho de un invierno una primavera total, nunca podré agradecérselo lo suficiente, forman parte del sueño, ellos también lo han construido, son también las piezas de ese puzle de la felicidad que he tenido la suerte de experimentar, que es el de la literatura.