La escritora gallega nos cuenta la intrahistoria de ‘Cuando el viento hable’, la novela que le ha validoser finalista del Premio Planeta 2025. Con un mensaje de esperanza, es una oda al poder de la imaginación
Ángela Banzas:
“Hay que sacar un aprendizaje de todas nuestras cicatrices”
Su formación académica está ligada a las Ciencias Políticas, pero desde su aparición en la escena literaria, en 2021, el nombre de Ángela Banzas es sinónimo de grandes novelas. ‘Cuando el viento hable’ le ha supuesto, además, la consideración de finalista del Premio Planeta 2025.
Han pasado varias semanas desde la gala del Premio Planeta. Sumida en una larga promoción, ¿ha tenido tiempo de digerir este reconocimiento?
Lo voy digiriendo poco a poco. Si me paro a pensarlo, parece que pierdo la noción de la realidad. Voy un poco con el piloto automático, pero disfrutando de las pequeñas cosas, paso a paso.
La finalista de 2024, Beatriz Serrano, me decía que esto le permitía estar durante un tiempo dedicada única y exclusivamente a escribir y que eso le hacía enormemente feliz. ¿Va a cambiar mucho su rutina diaria tras ser finalista del Planeta?
La verdad es que no. Tengo la suerte de que ya me dedicaba en exclusiva a escribir. Esta es mi quinta novela en cinco años. Desde la primera tuve un reconocimiento notable dentro del sector, con el apoyo de mis queridos lectores y lectoras. Por eso digo que no va a cambiar mucho mi día a día, salvo que esto me va a dar una exposición mayor, así que confío en llegar a más lectores. Cuando escribes es lo que quieres: llegar a más gente.
Su debut literario llegó en 2021. ¿Cómo está viviendo este viaje? Desde fuera parece un poco vertiginoso.
Como el debut llegó en 2021, es cierto que no ha pasado mucho tiempo, pero escribo desde siempre, desde que era muy niña, aunque no lo hiciera profesionalmente. Está yendo rápido, pero tengo la edad suficiente para no sentir vértigo; me dan miedo otras cosas, es mi forma de ser. Es algo maravilloso lo que me está sucediendo, pero tengo los pies muy en el suelo. Supongo que cada año que pasa me va dando más peso sobre los zapatos y voy apretando más el suelo.
“Está yendo todo muy rápido, pero tengo la edad suficiente para no sentir vértigo”
Hablando propiamente sobre la novela, está ambientada en Galicia. ¿Fue una decisión basada en el conocimiento de su tierra natal o porque le permitía contar mejor esta historia?
Soy gallega, de Santiago, y esta es mi novela más íntima. No solo es que conozca esa tierra, es que allí han crecido y evolucionado todas mis emociones; es lo que me envuelve, lo que me hace sentir con mayor profundidad e intensidad y, por tanto, lo que quiero ofrecerle a los lectores.
Las heridas de la posguerra sigue siendo una gran fuente de inspiración literaria. ¿Cree que puede desaparecer dentro de unos años, cuando el relevo generacional conlleve que nadie haya sido testigo directo?
No creo que vaya a desaparecer, es algo que forma parte de nuestra memoria colectiva. Es similar a una herida que te lleva al hospital: cuando cicatriza y miras a ese punto de tu cuerpo recuerdas que tuviste esa herida. En concreto, esta cicatriz seguirá estando porque, insisto, es algo que va de generación a generación, pero, como pasa en la novela y en cualquier ámbito, tanto a nivel individual como colectivo, hay que dar un beso a esa cicatriz, asumir que la tienes y avanzar. Hay que sacar un aprendizaje de todas nuestras cicatrices.
En la novela hay dolor, muerte, pero también mucha esperanza. ¿En algún momento temió que quedase una historia demasiado oscura?
Sí, por eso he tardado más en sacar esta novela. Es una historia con la que llevaba ya tiempo, aunque la he escrito este año, en mi cabeza quería darle forma a través de determinados ingredientes. Ante todo, quería un mensaje de luz. He entendido, también por nuestro tiempo, que necesitamos esperanza. Es un aprendizaje que primero he tenido que hacer yo misma, que no solamente hay que estar escribiendo sobre la oscuridad, lo tenebroso, aquello que nos va aislando a unos de otros, nos va separando. Me apetecía muchísimo dar un paso al frente para decir que necesitamos acercarnos. Sabemos las características que tiene la sociedad del siglo pasado y eso nos sirve para el aprendizaje en el tiempo presente. Quería que el lector, cuando cerrase el libro, se quedara igual que yo cuando escribí la palabra ‘Fin’, con una sensación agradable en el pecho y sintiendo que, quizá en algún momento, deberíamos todos tener esa mirada de niño hacia nuestra infancia y también hacia el resto.
“Ante todo quería dar un mensaje de luz; necesitamos esperanza”
¿Tiene más o menos claro cuándo apareció la idea inicial de esta novela?
Desde que estuve en el hospital siendo niña. El arte no deja de ser una especie de catalizador, estás pescando constantemente, ahondando en esos abismos que tenemos todos, necesitas que vaya saliendo lo que hay dentro. Es muy probable que de forma subconsciente yo ya tuviese la necesidad de escribirlo solamente con 7 años. Esto forma parte de ese cajoncito del que voy sacando historias. Pese a que, insisto siempre en esto, recordar es reescribir. No podría poner una fecha exacta, salvo cuando he vivido, por un lado, mi experiencia propia en el hospital, que es de donde parte todo, y también esa necesidad de esperanza que he detectado en los últimos años. Como decía antes, siento que esa esperanza no solo la necesito yo, me apetecía que los lectores tengan también ese mensaje más luminoso. Me apetecía tener una novela que pellizca y besa al mismo tiempo.
Suele ser un mensaje muy manido, pero sin ánimo de caer en el cliché: ¿ha tenido algún efecto curativo para usted esta novela?
Sí. Yo lo considero un viaje, lo equiparo al Camino de Santiago, esa transmutación personal de quien coge una mochila y decide qué es importante meter en ella. Y empiezas a caminar, aunque a veces ni siquiera sabes hacia dónde vas. En este caso, cuando he llegado al destino, me he sentido muy bien. Es la primera historia de amor bonita que escribo y, sin ninguna duda, el amor es lo más valioso que tenemos, es lo que mueve el mundo, lo que nos agita y lo que contrapongo a la muerte. El amor es lo que te impulsa a hacer cosas que incluso te desafían a ti mismo, a tu propia cordura. Esta novela, además, es un amor precioso que se inicia con las palabras. Cuando alguien se da calor a través de las palabras de esas cartas en el siglo pasado, se tienden la mano, se acarician y se van enamorando sin necesidad de piel, es un acto tan íntimo. Me he quedado muy a gusto, lo he disfrutado tanto que con la siguiente novela va a haber más amor, seguro.
¿Pueden convivir el trauma y la esperanza?
Por supuesto. Esta novela es una muestra de que, a nivel literario, desde luego pueden convivir. En esta novela hablo de la imaginación como fábrica de ideales que parten de nuestra experiencia, forjada a partir de lo que interpretamos como dolor y placer. En función de lo que has vivido y sentido, sabes qué anhelas. El trauma, como el dolor, desde mi punto de vista, se tiene que integrar. Hay que mirar de frente tanto al miedo como al dolor, en este caso entendido como trauma, y preguntarle para saber dónde empieza, dónde termina y saber a qué se debe. Después avanzas hacia el otro lado.
Hablando de imaginación, hay un claro guiño a ‘Alicia en el país de las maravillas’ a través de un conejo...
Sí, de hecho, en el principio de la novela se menciona que el padre de Sofía, que es bibliotecario y antiguo librero, le lee desde bebé ‘Las meditaciones de Marco Aurelio’ y ‘Alicia en el país de las maravillas’. Además, cuando yo era niña tenía un conejo. Por eso digo que hay muchos ingredientes en esta novela que la hacen especial.
¿Cómo era Ángela Banzas de niña? ¿También soñaba con un limonero en una isla desierta?
Pues sí, porque planté un limonero en mi adolescencia. Esto me lleva a Machado y a mi infancia, a todo lo que representa la novela, un mensaje de resistencia como el que realiza un limonero en un clima como el de Galicia. De niña era muy soñadora, con mucha imaginación, afortunadamente eso me sirve para escribir.
En pleno siglo XXI, con las pantallas tan presentes, los niños quizás ya no tiran tanto de su imaginación a la hora de jugar. ¿Qué valoración hace?
Soy madre de dos hijos y tienen muchísima imaginación. Intento inculcarles el poder de lo creativo. Con la influencia de la tecnología, es cierto que, en líneas generales, hay menor tolerancia al aburrimiento, así que enseguida recurren a lo fácil. El aburrimiento es maravilloso, siempre les digo a mis hijos que las mejores ocurrencias surgen ahí. Como todo en la historia, cuando hay una situación se acaba generando un movimiento en contra, así que soy muy optimista. Lo percibo en clubes de lectura, cada vez más niños se acercan a los libros y los educadores fomentan más esa creatividad. Los padres podemos ver que la tecnología ayuda en algunos aspectos, pero vamos siendo consciente de lo pernicioso que es cuando los niños pasan demasiadas horas delante de una pantalla. Hay que potenciar desde la infancia esa imaginación porque es como una caja de colores: si no los usas, el lienzo sigue en blanco.
“El aburrimiento es maravilloso, las mejores ocurrencias surgen ahí”
En la novela se dibujan dos paternidades casi opuestas en el coronel Vallejo y el personaje de Félix. ¿Fue una decisión premeditada?
Sí, era algo pensado desde el principio. Cuando diseño los personajes, me gusta mostrar las dos caras. Félix es un padre que quiere construir a su hija, quiere ayudarla a crecer desde las herramientas más valiosas, está formando a una persona que no necesita llevar nada dentro de una maleta, todo lo lleva dentro de ella misma, así que se puede enfrentar a lo que sea, en parte gracias a esa imaginación. La felicidad no es un valor universal, es individual, cada uno tenemos nuestro concepto de felicidad. En el momento en el que ella se convierte en alguien tan poderoso que solamente con lo que tiene dentro de su cabecita puede ser feliz, se está convirtiendo en una persona que puede ser casi lo que quiera, porque puede resistir y ser feliz, incluso en las peores circunstancias. En el caso de Vallejo es todo lo contrario, es alguien que está pensando más en la foto, que quiere una familia con determinadas características más superficiales, que encaje en una sociedad determinada y sus valores. Se mueve siempre en la moral de lo que está bien y lo que está mal. Yo lo expongo, que cada lector juzgue con qué modelo se queda.
¿Qué poso le gustaría que dejara esta novela?
Me encantaría que fuera esperanza, entendida como el sentido de la vida que todos necesitamos, no como una visión optimista de que va a pasar algo bueno. La vida tiene sentido y dentro de la novela lo marca el amor. En la novela abordo esa parte del hospital donde todo el mundo espera frente a una ventana en la que hay nubes, rara vez se ve el sol. Lo que más me gustaría es que, cuando el lector llegue al final del libro, acaricie la cubierta y tenga esa sensación de que, aunque haya dolido, se quede con un calor agradable en el pecho.