Personajes

Javier Sierra:

“La forma de funcionar de las redes sociales no es amigable para el arte”

El escritor turolense retoma en ‘El plan maestro’ el argumento de la exitosa ‘El maestro del Prado’. Invita al lector a interpretar los cuadros de una manera diferente

Ganó el Premio Planeta en 2017 pero, además, es el único escritor español en la lista de los más vendidos en Estados Unidos. Sirvan estos hitos para explicar la expectación que rodea a cualquier novela que publica Javier Sierra. La última de ellas, ‘El plan maestro’, vuelve a tener al arte como epicentro.

En 2013 publicabas ‘El maestro del Prado’ y ahora, 12 años después, retomas la historia que abordabas en esa novela. ¿Qué te ha llevado a ello?
Lo que he querido es expandir el universo de ‘El maestro del Prado’, porque en aquella novela de hace 12 años la trama quedó suspendida en alto. En ella contaba algo que me sucedió realmente en las salas del Museo del Prado, cuando me encontré con un anciano que me ayudó a interpretar y a leer una obra de arte en particular, y que terminaría en esa novela dejándome un acertijo para que pudiera encontrarlo en el futuro. Ese acertijo me ha servido de hilo para construir este universo expandido que es ‘El plan maestro’, en el que termino descubriendo, y mis lectores conmigo, que el arte puede entenderse como algo que separa mundos, hay algo detrás de las pinturas. Esa es la visión que se tenía en la prehistoria, el arte era una manera de marcar el más allá, en las cuevas, y es algo que ha quedado en la pintura históricamente más reciente. Juego con todos esos elementos en esta narración.

Cuentas con una legión de seguidores, pero si alguien no ha leído ‘El maestro del Prado’, ¿debe hacerlo para entender esta nueva novela?En absoluto. Lo que yo he construido es una novela donde la anterior, ‘El maestro del Prado, forma parte del elenco de personajes de la nueva, es decir, se la menciona, se la explica, tiene el papel que jugaría un Necronomicón en las obras de Lovecraft: se la evoca, pero no es imprescindible en absoluto su lectura. De hecho, fui muy consciente de eso porque quería que ‘El plan maestro’ funcionara con autonomía, es una obra que tiene principio y fin, pero es cierto, y ya está pasando a algunos de los primeros lectores, que una vez que terminas de leerla, te entran ganas de saber más cosas y tienes ese universo expandido que es ‘El maestro del Prado. A veces las cosas nos salen bien a los escritores sin saber muy bien cómo, y yo creo que este es uno de esos casos. Si te quieres leer ‘El maestro del Prado’ antes, está bien; y si te lo quieres leer después, también está bien y funciona.

A lo largo del libro haces un repaso por varias obras de arte, visitas varios museos, también te acercas a las cuevas donde hay pinturas rupestres. Da la sensación de que no es, en absoluto, una novela superflua. ¿Te ha llevado mucho tiempo elaborar esta historia?
Sí, me ha llevado mucho tiempo, pero no ha sido tanto un tiempo de escritura ni siquiera de documentación, sino un tiempo de concepción. He invertido mucho tiempo en conectar conceptos que nadie antes había vinculado. El hecho de, por ejemplo, establecer una relación entre lo que me sucedió en el Prado con aquel anciano, que me enseñó a leer el arte, y viejas historias míticas que están en muchas civilizaciones antiguas en las que se habla de dioses instructores que aparecen en un momento dado y enseñaban a nuestros antepasados en el neolítico a sembrar, a mirar las estrellas, a construir casas, a organizar ciudades, geometría, matemáticas y luego desaparecían. Conectar esos elementos me ha llevado mucho tiempo y, sin embargo, funciona muy bien porque es exactamente el mismo arquetipo, la misma historia esencial. Y eso me ha llevado a preguntarme, ¿existirán de verdad estos maestros? ¿Habrá gente como esta que yo estoy describiendo en la novela que aparecen para modificar o mejorar el curso de la civilización? ¿Quiénes son y de dónde vienen? Curiosamente, desde el punto de vista literario, no es una preocupación que haya tenido yo el primero, de repente he descubierto novelas como ‘El forastero misterioso’, que es la última obra que escribió Mark Twain, aunque no la publicó que habla justo de esto. Eso es muy intrigante. Yo creo que detrás de esta novela, que obviamente su primera vocación es la de entretener, la de crear una historia que atrape al lector, hay una preocupación que es profunda, que tiene que ver con esto de los maestros instructores.

De las obras que mencionas en el libro, las más contemporáneas son las de Diego Rivera y Frida Kahlo. ¿Esos mensajes de otras civilizaciones ya no se representan en el arte actual?
Sí, sí que se representan, lo que pasa es que los escritores necesitamos una cierta distancia temporal respecto a los hechos que narramos para poder dominar ese universo. Si hubiera introducido, que podría haberlo hecho, pintura contemporánea, hubiera perdido mi confort, porque entiendo que todavía está en desarrollo esa pintura y quizás no lleva a donde yo creo que puede llevarnos. A mí el mundo del arte contemporáneo me interesa, desde hace ya una década soy jurado del Premio Nacional de Pintura y Escultura Reina Sofía, que se falla todos los años desde hace 60, por lo que puedo decir me interesa y que veo cómo evoluciona el arte contemporáneo. Puedo decirte que hay una sensibilidad creciente hacia contar historias otra vez en la pintura. Esto a mí me gusta, porque con la invención de la fotografía a finales del siglo XIX y principios del XX, lo de contar historias en la pintura pasó de moda, lo único que querían era epatar con colores, con formas, con geometrías, con materiales... Eso son las vanguardias. Pero ahora estamos volviendo otra vez a ese arte que cuenta historias. Es inevitable. El arte es un río que siempre vuelve a su caudal, aunque intentemos desviarlo. El arte se inventó para contar historias.

A la hora de leer y comprender todas esas obras, muchas veces la historia del arte se centra, sobre todo en el ámbito educativo, en hablar de los estilos y del movimiento en el que se enmarca el artista. ¿Nos haría falta dar una vuelta a todo esto?
Sí, nos hace falta, y nos hace falta que nos aproximemos al arte también desde el punto de vista narrativo. Cuando nos cuentan de qué va la escena que tenemos delante, la valoramos y la comprendemos; cuando nos limitamos simplemente a contar quién es el autor, en qué año se hizo y qué técnica empleó, nos están privando de lo más importante: el alma del cuadro. Esto es un mal de nuestros tiempos, todos vamos al gimnasio para estar en forma físicamente y muy pocos van a la biblioteca a leer. Creo que hay que encontrar el justo equilibrio. Ambas cosas son interesantes, pero no se puede menoscabar el contenido frente al continente.

Como buen conocedor del Museo del Prado, imagino que hay cuadros que has contemplado en multitud de ocasiones. ¿Sigues descubriendo cosas nuevas en ellos?
Sí, lo sigo descubriendo y en parte es gracias a la propia gestión del Museo del Prado, cuyo deporte favorito es cambiar los cuadros de sitio y sacar cuadros de los peines de los depósitos para que podamos ir viendo obras en rotación y las maravillas que custodian. Por lo tanto sí, sigo descubriendo muchas cosas. Hay algunos que son fijos, obviamente, que son las estrellas de la colección, que también visito con frecuencia porque en cada nueva visita ofrecen algo nuevo. No es que la obra tenga algo nuevo, soy yo el que cambia cada vez que va a visitar el cuadro. El arte es un espejo y refleja lo que tú llevas dentro.

Una frase de Picasso dice que “el arte es la mentira que nos ayuda a comprender la verdad”. ¿Podría servir como acercamiento a esta novela?
Así es. La novela también es la mentira que nos ayuda a comprender la verdad porque es colocar de forma secuenciada y ordenada unos hechos que nunca se producen de manera ordenada; la vida es caos, la literatura es orden, pero es que necesitamos el orden para comprender el caos o para interpretarlo al menos.

Viendo cómo avanza nuestra sociedad, ¿le están ganando la partida los observadores a los maestros?
Se la estaban ganando hasta la publicación de ‘El plan maestro’ (entre risas). Quiero creer que con libros como este, que tiene también un poco de denuncia frente al materialismo imperante contra la visión mágica de la vida, recuperaremos el terreno. Esta novela también bebe mucho de la mirada de los niños. En ellos está esa mirada original, esa mirada que no está constreñida por la educación y que permite ver caras en las nubes, y que cuando se aplica a ciertas obras de arte encuentra también caras y sorpresas. Yo bebo de esas sorpresas para la narración de la novela.

Hablando de esa visión mágica, hay un momento de la novela en el que explicas los milagros desde el punto de vista de la física cuántica. ¿Está superado totalmente el debate entre ciencia y religión?
No, está en un punto de inflexión muy interesante, precisamente gracias a la física cuántica. En la física de partículas, en lo infinitamente pequeño, ocurren cosas que de repente están en los relatos de los textos sagrados antiguos o en las vidas de los místicos, y que pensábamos que eran cosas de la fe, sin mayor trascendencia. Y sin embargo están en la física cuántica. Por lo tanto, aquella gente no estaba tan lejos de una verdad, pero era una verdad subatómica, era una verdad diferente. ¿Cómo la captaban? Eso es lo que nos tendría que explicar la neurología o la ciencia en algún momento.

En uno de los primeros capítulos de la novela el padre Durand se acerca al Louvre para grabar un vídeo con el que rebatir a un ‘youtuber’. ¿Le falta al mundo del arte acercarse más a esa ventana de las redes sociales?
Lo está haciendo, lo que pasa es que las redes sociales tienen una manera de funcionar que no es amigable para el arte, funcionan sobre el aplastamiento, el inundarte de imágenes, y además imágenes efímeras, y cuanto más rápidas, más impactantes y más efímeras, mejor. Y el arte necesita contemplación. Por lo tanto, son dos maneras de narrar contrapuestas. Yo confío en que encontremos, en algún momento, el equilibrio y que los que se acercan a una galería de arte a través de sus redes sociales pulsen el botón de pausa, vean que esa obra merece la pena, y decidan dar el paso y acudan a verla de verdad.

¿Existe el riesgo real de que de verdad perdamos el interés por el arte?
Sí, naturalmente que existe, porque estamos también convirtiendo el arte en algo práctico, hacemos arte para la publicidad, que es un gran arte pero es para vender algo; hacemos arte para la moda, perfecto, pero es también para un propósito tangible. Ese arte por el arte, ese arte que invita a la reflexión, ese arte filosófico, es el que está en riesgo y es el que debemos cuidar. Creo que es parte de nuestro patrimonio de la humanidad, mucho más allá del concepto de la UNESCO, del patrimonio que nos hace humanos.

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