Personajes

Leticia Sierra:

“Recuperar la Memoria Histórica mejora el presente y el futuro”

La autora de Pola de Siero ahonda en su nueva novela, ‘Lo que oculta la tierra’, en la crueldad de la Guerra Civil y sus secuelas en el Valle de Turón

Llegar a la publicación de una tercera novela es un reto si cabe mayor para cualquier autor. Ese desafío lo ha afrontado Leticia Sierra saliendo de su zona de confort para firmar ‘Lo que oculta la tierra’, eje central de esta entrevista:

Ya es una realidad la novela ‘Lo que oculta la tierra.’ Si nos vamos al punto de origen, ¿qué es lo que te empuja a escribir esta historia?
Fue en el 2019, yo estoy casada con una persona que nació en el Valle de Turón y que todavía tiene a su madre allí. Un día me lleva a una zona del valle, la zona alta, que se llama Urbiés. Allí me fijé que había una corona de flores en el suelo. Pedí a mi marido que parara el coche para verlo. Era el Pozo Fortuna, donde se hace un homenaje todos los años. Mi marido me contó, un poco por encima, lo que había pasado allí y me estremeció la historia, me pareció inhumana y cruel donde las haya. En ese preciso instante sentí la necesidad de escribirla, sentía esa sensación de que tenía que sacar eso que tenía dentro, aunque para ello tenía que salir de mi zona de confort, porque yo soy escritora de novela policíaca, y esto me obligaba a bucear en una historia poco amable. No sabía si iba a poder hacerlo, pero sí quería hacerlo. Me puse a investigar, a leer, me puse contacto con la asociación Foro Pozo Fortuna, que es la que mantiene vivo el recuerdo de lo que pasó allí. Me aportaron documentación, bibliografía y documentos audiovisuales de testimonios de familiares de víctimas del Pozo Fortuna. Empecé a rebuscar en la hemeroteca y cuando tenía más o menos el grueso de la investigación, que me llevó más de un año, y cuando sabía qué quería contar, me bloqueé con la voz narrativa, no sabía cómo contarlo. La historia principal de este libro es la historia del Pozo Fortuna, lo que pasó allí entre los años 37 y 40, pero yo quería partir de una trama criminal, de una investigación policíaca, pero no quería que esa trama hiciera sombra a lo demás. Tardé cuatro años en encontrar el equilibrio y en encontrar esa voz narrativa, el modo de contar las dos historias sin que ninguna empañara a la otra.

¿Tuviste que manejar mucha frustración en ese proceso?
Sí, mucha, porque repito que es una historia que desde que la conozco hizo un clic en mi cabeza, se me encogieron las entrañas. El día en el que conocí la historia tenía el vello de los brazos como escarpias, recuerdo que fue una sensación de vacío al preguntarme cómo somos capaces de actuar así. Querer contarlo para darlo visibilidad y no poder, porque no encuentras cómo sin estropear la historia, supuso que hubiera momentos de frustración. Tenía en el cajón todo eso, quería y sentía la necesidad de vomitarlo, pero no sabía cómo conseguir la fotografía que quería lanzar al lector. Y sí, hubo momentos de frustración y de enfado. De hecho, entre el momento en el que conocí esa historia y cuando conseguí escribirla, he publicado otro libro, con eso lo digo todo.

De todo lo que encontraste en el proceso de documentación, ¿qué fue lo que más te impactó?
Lo que más me impactó fue descubrir que en ese pozo ejecutaban a la gente tirándola viva. En el año 1930, Hulleras de Turón empieza a excavar un pozo vertical para extraer carbón en los terrenos mineros que llamaban Fortuna. Cuando estalla la Guerra Civil, paralizan la excavación, en aquel momento el pozo medía 30 metros de profundidad. En el año 1937, ese pozo empieza a ser utilizado para ejecutar a los opositores al régimen. Venían camiones de toda Asturias, incluso de León. A algunos los fusilaban y luego los arrojaban al pozo, pero a otros los tiraban vivos, con lo que algunos morían en la caída, ni tan mal, pero había gente que quedaba viva y que estaba agonizando días, de hecho en las casas alrededor del pozo podían escuchar los gritos de agonía de esas personas. Eso me impactó muchísimo, al igual que trataron de esconder este pozo, de hecho lo hicieron durante más de 40 años. En la década de los 40 lo sellan con escombro y con hormigón, en los años 60 construyen una carretera por encima de manera que ya no se veía el pozo y no es hasta el 2003 cuando se descubre la localización del pozo. Entonces, con la ayuda de Ayuntamiento de Mieres y de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, se consigue volver a desviar la carretera y dejar la boca del pozo a la vista. La gente había oído hablar, sabía que allí había pasado algo, que había un pozo y que allí mataban a personas, pero nadie sabía decir dónde estaba. De hecho las instalaciones mineras de Fortuna tienen un acceso al Pozo Santa Bárbara, así que muchos mineros pasaban por ahí a diario para ir al trabajo, ignorando totalmente que estaban pisando por encima del Pozo Fortuna. A mí eso también me estremeció porque intentaron esconderlo y casi lo consiguieron. Si no es por una persona, Alfredo Vallés, que se empecinó y se empeñó en encontrar aquel pozo con la ayuda de una historiadora, Nuria Vila, no se hubiera localizado.

Ese pasado enquistado crea un caldo de cultivo para la novela. ¿Crees que ese contexto, en una ciudad un poco más grande, donde la gente no tiene tanto arraigo, se podría haber dado una historia como la que cuentas aquí?
Historias como la que yo cuento aquí, por desgracia, ocurrieron en todo el territorio nacional. ¿Cuántas fosas comunes hay en España? La diferencia es que aquí no tiraban cadáveres, aquí tiraban a gente viva.

“Hubo gente a la que se ejecutó tirándola viva al pozo”

Vayamos a algunos de los personajes. Cuando aparece el cadáver de Severino, hay gente que se alegra de que haya muerto. ¿Querías poner el foco en esa gente que se aprovechó de la explotación de las minas y del ingente trabajo de los mineros?
Las cuencas mineras fueron zonas riquísimas, pero esa riqueza no la tenían los trabajadores, de hecho, los mineros trabajaban en condiciones totalmente deplorables, tanto que es increíble que no murieran más. Yo bajé a la mina en el 2008, en el Pozo Nicolasa. Fue solo un turno y lo hice con todas las modernidades posibles: detectores de gas, petacas... con todo. Además, había detectores en zonas de la galería y había ventilación, es decir, eran unas condiciones bastante aceptables y mucho más seguras. A pesar de ello, aquello era horrible. Estuve siete horas con el agua a determinada altura, respirando polvo, con una humedad en el cuerpo alucinante. Cuando subí de aquel turno, estuve una semana expulsando mocos totalmente negros. Una de las unidades más grandes que había en el hospital de Asturias era un edificio entero dedicado a la silicosis, la enfermedad pulmonar que te provoca el carbón. El trabajo del minero es un trabajo para valientes, tienes que estar hecho de una pasta especial para estar siete horas enterrado en vida. Ahora hay algo de seguridad, pero en los años en los que Severino era capataz, metían a un canario como detector del gas grisú. No había botas de seguridad, entraban casi con harapos a trabajar. Mi marido trabajó en la mina y sabe bien de lo que hablo. Es una zona muy rica, sí, pero es una riqueza gracias al minero, quien era la figura más pobre de todo ese complejo mecanismo que era la mina en las cuencas. Se vivía en la miseria, prácticamente.

¿Había muchos severinos en la época?
Sí, claro, demasiados severinos.

¿Cómo era la convivencia con estas personas?
Oír, ver y callar; no te quedaba otra, era una cuestión de supervivencia. Lo que querías era que a tu familia no le faltara un plato de comida encima de la mesa y un techo bajo el que dormir, que ese era otro problema: no había viviendas suficientes para toda la cantidad de trabajadores de la mina que había en la zona, en las cuencas había más personas que viviendas. Por eso la gente vivía en horreos y en cuadras. Intentar pasar el invierno, que no te mataras en la mina, poder comer y dormir caliente era lo único que te importaba; a lo demás, ver, oír y callar. Supervivencia pura y dura.

Uno de los personajes de la novela deja de hablar a su hijo por la profesión que escoge. Llama la atención que sea Guardia Civil...
Es una relación que me apetecía plantear así porque el cuerpo de la Guardia Civil hasta no hace tanto estaba muy estigmatizado por aquella época, mucho más que la Policía Nacional. Como digo en el libro, ni la sotana hace el cura ni el uniforme hace al hombre, que eso es lo que representa Daniel. Daniel es Guardia Civil y está para hacer cumplir la ley, para investigar y meter a los criminales entre rejas. Pero el padre se ha hecho acreedor de un resentimiento del dolor de su madre, sigue estancado en la época en la que la Guardia Civil era la voz de su amo y daban leña. Ese choque, ese antagonismo entre estos dos personajes, me parecía muy interesante, sobre todo plantear a Matías como los instintos de aquella época, en cuanto a que es una persona intransigente, intolerante, bastante obtuso, muy tirano. Ese personaje es un poco lo que se vivía en aquella época, donde todos tenían que andar tiesos como velas. Daniel representa un poco lo contrario, lo moderno, lo democrático, lo nuevo, el cambio, la reconciliación con lo que pasó.

“Los mineros trabajaban en unas condiciones deplorables”

Hay una frase muy potente en el libro: “esa ha de ser nuestra penitencia como seres humanos: recordar”.
Eso lo dice Paulino Caicoya. Yo opino que, más que una penitencia, es una responsabilidad la que tenemos como ciudadanos y como sociedad: recordar nuestra historia, la pasada y la reciente. A mí no me gusta olvidar a los Reyes Católicos ni a Cristóbal Colón, tampoco quiero olvidar la Revolución del 34 y, por supuesto, lo que ocurrió entre 1936 y 1975. Es muy fácil decirlo cuando naces en el año 72 y no has vivido nada de eso. Soy consciente de que cuando digo que quiero que la gente que sí vivió esa época recupere esa memoria sin acritud y sin resentimiento lo estoy haciendo desde una posición privilegiada, porque no he vivido eso. Pero sí pienso que no podemos olvidar, tenemos que recordar lo que pasó, intentar hacerlo sin acritud, para aprender y no volver a tropezar dos veces en la misma piedra. Dicho de otro modo, creo que hay que recuperar la memoria histórica para mejorar el presente y el futuro.

La novela se puso a la venta a comienzos de febrero. ¿Te ha llegado alguna valoración por parte de alguien que viva en esa zona del Valle de Turón?
Mi marido, que es de Turón y es uno de mis lectores beta. De hecho él me ayudó mucho a componer la fotografía del Turón de los años 90, en esa trama hay un trasfondo importante en el que hablo de ese declive, esa condena a muerte de las cuencas mineras. En el año 95 cierran el Pozo Santa Bárbara, dos o tres años antes habían empezado las primeras prejubilaciones, así que hubo un ambiente de incertidumbre, de miedo, de tristeza, porque no se sabía lo que iba a pasar. La metamorfosis de Turón de los años 90 hasta nuestros días ha sido brutal, hasta el punto de que está casi irreconocible: donde antes había una escombrera, ahora hay un jardín; a los barracones de mineros los ha reemplazado una urbanización de edificios; en el lugar donde estaba el cine, ahora hay un edificio de cuatro plantas. Esa fotografía, si no has estado viviendo en Turón en los años 90, solo la puedes sacar con personas como mi marido, gente del mismo Turón.

Al margen de esta novela, tienes otras dos más. ¿Cómo estás viviendo este recorrido literario?
Yo empecé a escribir un poco por casualidad, tenía 48 años y ahora tengo 52, nunca me había planteado escribir, pero un día decidí escribir un libro para regalárselo a mis padres por Reyes: ‘Animal’. Ahí empezó la aventura. Lo llevo muy bien porque a mí me gusta escribir, pero el hecho de que me publiquen significa que hay gente que me está leyendo, mis historias salen del cajón y llegan a la gente. Es un viaje maravilloso y lo disfruto mucho. En esta novela he salido un poco de mi zona de confort respecto a los otros dos libros, creo que tiene un campo más amplio, es quizás mi libro más personal por todo lo que implica, considero que aquí se me nota incluso evolución como escritora, algo que en el segundo libro no noté. Estoy muy satisfecha con el resultado.

Para mí la importancia de este libro es que se conozca la historia del Pozo Fortuna, dar visibilidad, que la gente sepa lo que pasó en el valle de Turón. Al final el Pozo Fortuna somos todos, sería de cobardes olvidarlo y fingir que no pasó, esconderlo. Como la polilla del libro, esta historia busca la luz.

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