El escritor barcelonés vuelve a apoyarse en el personaje de Víctor Balmoral en ‘Misterio en el Barrio Gótico’, una novela que aborda el impacto del turismo en las grandes ciudades y que le ha valido el Premio Fernando Lara

Sergio Vila-Sanjuán:
“No todos los jóvenes están en las redes o en las discotecas, algunos están haciendo cosas admirables”
Su trayectoria como periodista cultural y escritor está fuera de toda duda, pero Sergio Vila-Sanjuán añadía recientemente otro reconocimiento de gran calado: el Premio Fernando Lara. El motivo, ‘Misterio en el Barrio Gótico’, una novela que mira a una zona menos conocida de Barcelona.
¿Cómo vivió el momento en que se falló el Premio Fernando Lara?
Fue muy emocionante. El Fernando Lara es un premio importante, uno de los grandes galardones literarios en España. Para mí, además, tenía un valor sentimental, ya que conocí a Fernando Lara, el hijo de José Manuel Lara, fundador de Planeta. Fernando falleció joven en un accidente y su padre creó este premio en su memoria. Yo había tratado tanto al padre como al hijo, y eso le añadió una carga emocional especial.
Además, el primer ganador del premio fue Terenci Moix, que fue amigo mío y, en gran medida, un maestro para muchos de mi generación, nos enseñó mucho a todos. Terenci tuvo una enorme influencia en mis comienzos literarios. Así que, por todo eso, este premio tiene para mí un valor especial, tanto profesional como personal.
En la novela, el Barrio Gótico de Barcelona cobra protagonismo. Cuando pensamos en la ciudad, nos vienen a la mente lugares icónicos, pero no siempre el Gótico. ¿Por qué ambientar la historia allí?
Precisamente por eso: porque estaba, digamos, libre. Muchas novelas ambientadas en Barcelona han abordado otros barrios, pero no conocía ninguna centrada de forma exclusiva en el Gótico. Es un lugar muy significativo para cualquier barcelonés, porque es el corazón medieval de la ciudad.
De niño iba mucho con mi padre, que era historiador, y me contaba las historias de cada rincón: “por aquí pasaba el obispo”, “aquí asesinaron a tal personaje”... Tengo recuerdos vívidos de esos paseos, como un aprendizaje infantil.
Más recientemente, desde hace quince años, soy académico de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, cuya sede está en el Palacio Requesens, un edificio gótico reformado. Voy allí un par de veces al mes y eso me ha hecho sumergirme en esa atmósfera. Paseando por esas calles oscuras, llenas de bajorrelieves, gárgolas, rincones mágicos, pensé que merecía la pena escribir una novela con todo eso.
El protagonista, Víctor Balmoral, es periodista como usted. A riesgo de no ser muy original: ¿cuánto hay de usted en ese personaje?
Balmoral ya aparecía en mi novela anterior, ‘El informe Casabona’, de hace siete años. Desde entonces le estuve dando vueltas a cuál debía ser mi siguiente libro, y Balmoral volvió a ser el elegido.
Compartimos profesión, gustos musicales, estilo de vestir, algunas manías y algunas cuestiones menores de salud. Es un personaje que me resulta cómodo, porque al ser periodista puede moverse con naturalidad entre ambientes muy distintos, desde los círculos institucionales hasta los márgenes sociales, como los sintecho de la ciudad. Eso me da mucha libertad narrativa.
La dirección del periódico en el que trabaja Balmoral le insinúa que debería jubilarse. ¿Es una crítica velada al edadismo, tan presente hoy en muchos ámbitos laborales?
Aunque no es mi caso, a mí nadie me ha sugerido que me jubile, ni tengo intención de hacerlo, sí percibo ese edadismo en la sociedad que está mandando a casa a gente muy potente y que vale mucho. También es un fantasma que aparece mucho en mis conversaciones con amigos y conocidos de mi generación, es un tema que ronda mucho las preocupaciones de gente de más de 60 años. Por eso me parecía interesante introducirlo en la novela como un elemento más de la realidad.
Uno de los elementos más llamativos de la historia es la aparición del fantasma de Tomás Riquelme. ¿Fue una elección literaria para explorar la introspección o era algo que ya tenía planificado previamente?
Fue, ante todo, un homenaje. Tomás está inspirado en un amigo real que falleció hace quince años y a quien echo muchísimo de menos. Ese personaje me permite hablar de la amistad, de esas relaciones profundas con personas que te sirven de espejo, de frontón, con quienes puedes discutir y crecer.
Cuando pierdes a alguien así, el vacío es inmenso. Me pasó y quise trasladar esa sensación al protagonista. Esa necesidad de que el amigo vuelva, aunque sea de forma fantasmagórica, porque lo que compartías con él no lo puedes compartir con nadie más. Es, como el edadismo, otro tema que me parecía necesario incluir.
Imagino que, a pesar de conocer bien el barrio, ha habido un proceso de documentación para la novela. ¿Descubrió algo que le sorprendiera especialmente?
Sí, ha habido mucha documentación y he descubierto muchas cosas. Por ejemplo, muchas partes del Gótico están reconstruidas, no tanto para respetar su historia como para que “parezcan” góticas, para que sean bonitas. Algunos edificios que uno cree antiguos estaban en realidad en otro lugar de la ciudad. Fueron desmontados piedra por piedra, numerados y trasladados al Gótico.
Ahora tengo una comprensión mucho más clara de por qué el barrio es como es. También me documenté sobre hechos históricos, como la reunión de la Orden del Toisón de Oro en 1519, que fue una forma de diplomacia blanda en la Europa de Carlos I. En fin, he aprendido mucho.
¿Usted mismo se implicaría en una investigación como la que afronta Balmoral para encontrar a la madre de una joven?
No, eso se lo dejo a Balmoral. Toda búsqueda acaba impregnando mucho al investigador, así que no son neutras, son muy exigentes. Preferiría quedarme en la investigación cultural y periodística. Solo lo haría si tuviera un interés personal fuerte.
Dos personajes especialmente interesantes son las hermanas gemelas, Eva y Eugenia. ¿Eva representa un guiño a esa esperanza de que el mundo sería mejor con personas como ella?
Sí. Me he encontrado órdenes religiosas jóvenes, hospitalarias, dedicadas a la asistencia social, presentes en el barrio Gótico y en muchas ciudades europeas. Conocer a jóvenes que dan todo por los demás es algo estimulante y motivador. No todos los jóvenes están en las redes o en las discotecas. Algunos están haciendo cosas admirables.
En cambio, su hermana Eugenia, que trabaja como guía de ‘free tours’, me permite mostrar el impacto del turismo en los barrios históricos: cómo se transforman, cómo los comercios tradicionales se han convertido en tiendas de souvenirs, cómo los lugares antes marginales ahora están masificados. La academia a la que pertenezco también debate entre dejarse llevar por la afluencia turística o mantenerse fiel a su espíritu. Hay quienes lo ven como un apoyo económico necesario y otros como una falsificación del pasado.
Este debate sobre el turismo también podría aplicarse a muchas otras ciudades de España.
Es un problema europeo. Ciudades como París, Londres o Roma llevan años bregando con un turismo masivo y más o menos lo tienen equilibrando. Nosotros apenas empezamos. Hay que buscar un equilibrio. No se trata de estar en contra del turismo, porque todos somos turistas en algún momento, pero sí de regularlo.
Sobre la autenticidad se puede percibir, por ejemplo, en Alemania. Tras la Segunda Guerra Mundial, muchos centros históricos fueron destruidos. Hubo un debate muy fuerte sobre si había que reconstruirlos con arquitectura moderna, en clave Bauhaus, o recrear los antiguos cascos medievales. Se optó por lo segundo, porque a la gente le gusta, no quiere edificios de vidrio y metal, quiere una recreación de lo que es el pasado de la ciudad, un lugar donde llevar a los niños. Aunque no sean auténticos del todo, ayudan a mantener una identidad colectiva. En el Gótico de Barcelona ocurre de forma muy clara.
La contraportada del libro dice que, al igual que las ciudades, el protagonista necesita mirar sus heridas del pasado para sanar el presente. ¿Por qué nos cuesta tanto hacer ese ejercicio como personas?
Creo que, a partir de cierta edad, sí lo hacemos mucho. Nos planteamos por qué actuamos de cierta forma, por qué no resolvimos un desencuentro, por qué tomamos ciertas decisiones. Como en las ciudades, tenemos que ponernos de cara a los episodios del pasado que no quedaron bien cerrados en su momento.
Ha ganado el Premio Nadal, el Nacional de Periodismo Cultural y ahora el Fernando Lara. ¿Cómo se lleva con los reconocimientos?
En primer lugar es muy agradable, obviamente, que te digan desde fuera que tu trabajo ha tenido un sentido. Este reconocimiento exterior se proyecta interiormente, te da seguridad, todos somos inseguros en algún grado, nunca estamos del todo convencidos de si has hecho bien o no ciertas cosas. Este premio es un reconocimiento y un estímulo para seguir adelante, hacer más cosas. No se puede pedir más.