El autor madrileño publica su quinta novela, ‘Los crímenes del carrusel’, una ‘road movie’ literaria que aborda aspectos tan humanos como la ética
Juan Solo:
“Si el demonio interior coge las riendas de tu vida, ya no las vas a recuperar”
Juan Solo publica una nueva novela, ‘Los crímenes del carrusel’ (editorial Planeta), donde el género policíaco se da la mano con el ‘thriller’ para firmar una historia vertiginosa desde la primera página.
Habías publicado anteriormente otros libros, otras novelas. Dicen que no hay quinto malo.
No hay quinto malo, es verdad, eso sí esta novela no tiene nada que ver esta con las anteriores. Cuando me preguntan si he notado una evolución, creo que sí, vas madurando un poco y no tengo ningún pudor en abordar ciertos temas. Quiero a todos mis hijos, todos esos libros que he escrito, no soy de los que reniega de alguno, pero sí estoy muy contento con este.
¿Dónde te viene esta pasión por el género policíaco?
Escribo las novelas que me gustaría leer, y el género policiaco y el ‘thriller’, siempre me ha apasionado. Me enganché con las historias de Sherlock Holmes. Soy buen consumidor del género, pero soy exigente, hay cosas que no me gustan, especialmente las trampas, así que cuando me has tenido pendiente de lo que escribes durante unas semanas y, de repente, a diez páginas de la conclusión aparece alguien que no sabes quién es, que no se le ha mencionado nunca, pero que tiene información y todo da un vuelco, me siento decepcionado. Yo entrelazo mucho las historias, pienso mucho antes de escribir, aunque no esté sentado delante del ordenador, puedo estar dando vueltas sobre lo que estoy escribiendo. Hay que ser muy cuidadoso para que si alguien confía en ti su tiempo, que es el bien más preciado que tenemos, no le acabes estafando.
Decías que no tiene nada que ver con tus novelas anteriores, pero, como la trilogía de Frank Geraldo, aparece la ciudad de Chicago. Da la sensación de que eres un apasionado de Estados Unidos.
Es un país que tiene cosas maravillosas, también cosas horrorosas, como en todos, pero Chicago es una ciudad no tan conocida como Nueva York pero es una ciudad asombrosa. Desde el punto de vista arquitectónico es una maravilla. Además tiene el toque de ser una gran ciudad, pero no es como Nueva York, no hay ese estrés, es un poco más tranquila. Quienes vivimos en Madrid o en Barcelona, estaríamos más a gusto viviendo en Chicago que en Nueva York. Chicago es una ciudad que estimula mucho porque además está cuidada, por lo menos la parte del centro, donde han invertido tiempo en que esté bonita. Es verdad que he estado en todos los sitios que se visitan en la novela. Creo que esta novela solo podía ambientarse en Estados Unidos, en España no tiene sentido, así que pensé que que lo iba a situar allí, mejor hacerlo en sitios que no sean tan conocidos. Hay determinadas cosas que solo las puedes contar si las has vivido, porque en Google Maps o en Wikipedia, hay muchos aspectos que no están. Como no es una película y no cuesta dinero, puedes elegir la ambientación y dónde ubicas a los personajes.
“Para mí es fundamental el comienzo, es mi tarjeta de presentación”
Además de este recorrido geográfico muy detallado sobre sitios que has conocido de primera mano, también hay una gran profundidad psicológica de todos los personajes, ¿ha sido una novela muy compleja a la hora de escribirla?
He tenido por medio la pandemia, que me ha ayudado no a escribir, pero sí a pensar. La novela la empecé en enero de 2020, llegó la pandemia y, desde afuera, alguien puede pensar que tuve todo el tiempo del mundo para escribir. Disfruto mucho escribiendo, entonces para mí aislarme es una cosa buena, algo que busco, pero cuando la situación es forzada yo solo quería que me diera el aire. Esto no me ayudó a nada escribir, de hecho, en año y medio yo escribí poquísimo, tenía el arranque y alguna cosa, aunque en la cabeza tenía prácticamente toda la novela. En otoño de 2021, cuando ya estaba la cosa más tranquila, empecé a escribir y a escribir, ha habido días en los que pasaba toda la noche escribiendo hasta que se hacía de día, esto me ha pasado tres o cuatro veces y no creas que estaba especialmente agotado. Todo ese tiempo, ese año y medio de prácticamente no avanzar en lo que es la escritura, pero sí en la historia, ha hecho que los personajes, como el buen vino, hayan estado madurando en la bodega y han crecido más que en ninguna de las otras novelas que haya podido escribir. Siempre tengo el comienzo y el final, especialmente esto último, si no lo tengo, no empiezo a escribir porque si no corres el riesgo de no saber cómo acabarlo, pero en el nudo los personajes han ido tomado sus decisiones, y alguna me sorprendió para bien.
Como a uno de los protagonistas del libro, Sebastian Walker, ¿también te da margen la escritura para sacar todos esos miedos internos?
Pues te voy a decir que sí, pero no lo hago de forma consciente. En las lecturas que he ido haciendo he descubierto que hay mucho de mí, también en casi todos los personajes. Por ejemplo, el escritor tiene mucho de mí en ciertas cosas, como que busca aislarse para escribir; la periodista tiene mucho de mí en cuanto a la tenacidad, y luego hay otros personajes en los que me veo reflejado en cuanto a actitudes y comportamientos.Creo que eso ayuda a darle verosimilitud también a los personajes; parecen de verdad porque casi lo son, les pongo características de alguien concreto, tengo que ponerle una cara, si no, me cuesta. El aspecto psicológico de un personaje me gusta, no me gusta que estén ahí solo para que pasen cosas. Como actor, lo peor que te puede pasar es que te den un papel de alguien que no hace nada. Yo pensaba que si algún día un actor o una actriz, tiene que hacer un papel de algo mío que se pueda llevar al cine o a la tele, que nadie diga que le ha tocado un papel plano o intrascendente. Me gusta que en las novelas haya una parte de acción, tienen que ocurrir cosas, ya no estamos para novelas en las que vemos la hiedra trepando lentamente por un muro durante dos páginas, pero también tienen que pasar las cosas a los personajes, que el lector puede identificarlos, quererlos, aborrecerlos, no tienen que ser menos monigotes.
Sin hacer mucho ‘spoiler’, uno de esos protagonistas es un escritor con un trauma que será la pulsión que le lleve a actuar. ¿Le debe mucho la literatura a Freud?
Depende del tipo de psicología que te guste, hay psicólogos que no apoyan para nada las teorías de Freud, pero en el caso del protagonista, es indudable que lo que vive en su infancia le deja marcado para siempre, y no hacemos ‘spoiler’ porque el que se lea el primer capítulo ya lo sabrá. Es una persona que ya trae de serie ciertos problemas, pero una infancia hiper traumática acaba convirtiéndole en lo que es. Ahí hay una reflexión, a veces culpamos a la infancia de todo lo que es alguien, pero hay gente que ha vivido en hogares desestructurados, que de pequeños les han dado palizas, y luego han acabado siendo científicos y personas que han hecho cosas muy positivas por el mundo. Aunque nos condiciona, no puede ser una excusa. Hay bastante de mí en el escritor, yo también tengo un diente de tiburón cuando escribo, hay cosas que nos unen.
¿Crees que podría existir aquí, en España, alguna Irene Roberts?
Sí, junto a la de policía es una profesión muy similar en cualquier sitio, hay muchos debates internos en los periodistas sobre qué debo o no hacer. Irene es el personaje más internacional, podríamos encontrarlo en la redacción de cualquier periódico, de cualquier emisora, es una chica que está muy preparada pero a la que tienen haciendo periodismo cultural porque ha estudiado Literatura. Está bastante quemada, no ha perdido la ilusión pero tiene deseos de demostrar lo que vale, algo que es común al periodismo en todas partes.
En relación a esto, una vez hablando con un comisario de policía para otra novela me dijo que cada país tiene su propio estilo de asesinos, aquí hay muy pocos asesinos en serie, en cada cultura su idiosincrasia genera sus propios psicópatas, aquí no tenemos asesinos que dejen versículos de la Biblia ni citas de los proverbios, y en Estados Unidos sí, es una cosa que puede ocurrir. Tiene una explicación muy sencilla, cuando vas a un hotel en Estados Unidos, da igual donde vayas, si abres el primer cajón de la mesilla siempre encuentras una biblia. Por tanto, hay cosas que nos son muy comunes entre Estados Unidos y España, y otras no tanto, por eso tenía que ambientar la novela allí.
“Consumo este género, pero soy exigente, no me gustan las trampas”
Uno de los personajes más peculiares es ‘el rey de la aspiradora’. ¿Tiene algo de Donald Trump?
Los americanos tienen esa figura de alguien que ha montado un imperio a partir de una idea, un tipo que se hace a sí mismo. Este en concreto tiene su propia moral, aunque es buena gente. No tiene nada que ver con Donald Trump, siempre lo he visto como Mark Twain, vestido de blanco y con el pelo gris. Es un personaje que proporciona un poco de alivio, hay momentos de mucha tensión y hay cosas bastante crudas, viene bien de vez en cuando, y esto Hitchcock lo hacía estupendamente, meter a un personaje que nos pueda relajar.
Además de escritor, también has probado otras facetas, como actor o monologuista. ¿Cómo te enriquecen todas esas experiencias a la hora de sentarte a escribir?
No tengo una respuesta. Estudié en la RESAD de Madrid, soy actor. Luego descubrí los monólogos, me ha ido muy bien, he tenido mi programa en Paramount Comedy y también he tenido un espectáculo teatral. Todo eso ha pagado mi casa, pero aparte escribo. La escritura no es un oficio fácil, vas progresando poco a poco. Solo te puedo decir que creo que tengo la cabeza compartimentada, prácticamente estanca, cuando hago humor, hago humor, no interfiere para nada la literatura, y cuando me pongo a escribir, el cómico no existe. Soy serio, pero siempre me gusta el toque irónico. Hace poco tiempo leí ‘El hombre en busca de sentido’, de Viktor Frankl, donde cuenta su paso por el campo de concentración. Ahí se cuenta que los presos del campo del Auschwitz sobrevivieron básicamente por dos cosas: primero, la capacidad de imaginar qué harían cuando salieran de allí, aunque pensaban que nunca iban a lograrlo; y la segunda, por el humor, no hacían chistes, pero tenían la capacidad de ver con ironía lo que les ocurría. El humor alivia. Esa persona que cree que tomarse las cosas con filosofía y con cierto relax ayuda, sí que escribe las novelas, pero no meto chistes en ellas. Cuando eres cómico, al principio cada chiste es como si fuera tu hijo, crees que tiene que funcionar sí o sí, pero cuando maduras aprendes a autoeditarte, y eso sí que me ha venido bien a la hora de escribir. Para mí, en la literatura en general el comienzo es fundamental, es mi tarjeta de presentación, tienes que procurar captar la atención del público, ahí soy muy puntilloso, el primer capítulo probablemente lo he reescrito 20 veces, sin exagerar, eso sí que viene del cómico, en la comedia, cuantas menos palabras tengas en el remate, mejor.
Aparte de los crímenes y la investigación, hay dos temas. Uno es la ética, esos seis personajes se van a enfrentar a qué es lo correcto; y otro es la paternidad y la relación que tienen los personajes con sus padres, no con las madres. Me he dado cuenta de que a lo largo de las páginas se ve a un padre cariñoso con sus hijos, otro que pasa de ellos, otro totalmente enfermizo... Es curioso, no me ha salido conscientemente, ha salido de mi yo interior. Se habla de los demonios interiores, creo en la bondad de la gente básicamente, pero también creo que toda la gente que hace cosas malas no es mala, sino que hay personas que en algún momento determinado hacen algo y vete tú a saber por qué. No tiene por qué ser un asesino en serie, puede ser solo ruin o mezquino, pero cuando dejas que salga el escenario ese demonio interior y lleve las riendas de tu vida, ya no las vas a recuperar. En la novela nada es blanco o negro, todo es muy difuso.