sábado, 19 octubre 2024


Personajes

David Jiménez:

“A la polarización política
se ha sumado la social; esa fractura antes no existía”

Tras la excelente acogida de ‘Los diarios del opio’ o ‘El director’, el periodista barcelonés presenta ‘Días salvajes’ (Planeta)

Una noche de excesos de un joven millonario desemboca en un accidente kamikaze que siega de raíz la vida de otra joven de un origen humilde. Esa jugarreta del destino sirve para que David Jiménez pinte en ‘Días salvajes’ un lienzo donde el duelo se entremezcla con las grietas de la justicia.

La historia de ‘Días salvajes’ está basada en ciertos hechos reales, ¿desde cuándo llevaba la idea bullendo en su cabeza?
La verdad es que es difícil saber de dónde surgen las historias, especialmente ésta porque está situada en España. Si uno va a mis libros casi todos están muy relacionados con mi experiencia como corresponsal o como director de El Mundo. Quizá esta es la que más ha nacido de la ficción, aunque tenga también alguna inspiración en la realidad. A mí siempre me llama mucho la atención el tema de los accidentes de tráfico provocados por kamikazes, en algún momento vinculé esto a esos salvajes años 2000 que vivimos. En concreto recordaba un caso, un accidente en el que hubo un condenado a 13 años por provocar la muerte de otra persona, pero al final el entonces ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, lo elevó al Consejo de Ministros para pedir un indulto. Aquello fue un escándalo ya olvidado, porque luego se supo que el hijo de Gallardón tenía un bufete de abogados que había defendido a ese acusado. Me pareció un buen ejemplo de cómo las conexiones también pueden ayudar a cometer delitos impunes. La inspiración de ‘Días salvajes’ viene de ese caso, luego es verdad que uno le echa imaginación.

Aunque haya ficción, se puede decir que siempre acaba apareciendo su labor periodística, es casi indivisible.
No consigo ‘matar’ al periodista del todo, aunque hay mucha gente que sostiene que para escribir una buena novela novela hay que ‘matar’ al reportero. Es verdad que a mí me gusta que mis obras, tanto cuando escribo ensayo como cuando escribo novela, estén muy apegadas a la realidad, quiero que de alguna manera transmitan certezas y verdades. Por ejemplo a la hora de afrontar el duelo, que es una parte importante del libro, ahí surgió de nuevo el reportero y gracias a una amiga empecé a asistir a terapias de duelo en grupo para conocer más de cerca cómo es todo el proceso del duelo más dramático de todos, que es la pérdida de un hijo, lo que le ocurre a Luis Delgado en este libro. Supongo que uno no puede ir contra su naturaleza, por mucho que escriba una novela al final el trabajo de documentación, del reporterismo, de acercar lo que estás contando lo máximo a la realidad, es casi una necesidad, me divierte mucho.

Llama la atención que sitúe el inicio de la trama en el año 2007. ¿Se puede establecer un paralelismo entre la tormenta económica que vendría después en España y la que arrastra a los personajes de la novela?
Sí. Yo creo que la década aquella salvaje de los 2000 y los años justo previos al crash fueron un disparate nacional: los bancos daban créditos a todo el mundo, se vendían más casas en España que en Inglaterra, Italia y Francia juntos... España entró en una euforia que no le dejó ver la realidad de que todas las fiestas tienen un fin y una resaca. Estoy convencido de que los excesos de aquellos años los seguimos pagando, y lo que más me sorprende es que no hayamos aprendido absolutamente nada, hoy la vivienda vuelve a estar como entonces, volvemos a vivir una etapa de euforia, no tanto como aquella, pero han quedado heridas profundas y una factura que, por ejemplo, la están pagando jóvenes que no tuvieron nada que ver con aquellos excesos porque o eran muy pequeños o no habían nacido. Todo eso está teniendo consecuencias respecto a la desigualdad, estamos en una España que a mí me parece cada vez más desigual y en la que una élite que está en lo más alto siempre cae de pie.

“Me sorprende que no hayamos aprendido nada de aquellos años de excesos”

¿Se puede decir, entonces, que esa brecha que dibuja en el libro en 2007 entre dos barrios como La Moraleja y Villaverde se ha agrandado casi dos décadas después?
Se ha agrandado la brecha social. Recuerdo una España en la que tú entrabas en un bar y estaba el empresario adinerado, el taxista, el profesor de escuela.... creo que esa España ha muerto y está todo mucho más disgregado desde el mismo momento en que la educación ahora está completamente dividida entre quienes pueden pagar una educación elitista y quienes no. Al reflejar ese mundo de La Moraleja y la élite y, por otro lado, cruzar los destinos de una familia que viene de allí con otra que viene de Villaverde, de un barrio humilde, quería también demostrar o describir el contraste de esa España. Creo que viene, de nuevo, de aquellos años salvajes donde, por un momento, nos creímos que esa brecha se había diluido, fue un momento en el que todo el mundo pensaba que podía prosperar, aunque a unos les iba mucho mejor, esa sensación de que a todos nos iba a ir mejor creo que apaciguó mucho socialmente el país y la crispación que tenemos hoy, en parte, es consecuencia de la ruptura de ese sueño igualitario de una España con diferencias sociales asumibles. No hay sólo una polarización política, hay una polarización social, una fractura que antes no existía en nuestro país.

La polarización, ¿causa o efecto de esa burbuja?
España se dio una tregua en la Transición, creo que el momento en el que eso se rompe fue en los atentados del 11M y que termina por romperse con el crash económico, esos dos eventos son determinantes en el regreso de las dos Españas y la polarización que tenemos hoy, donde volvemos a ver cómo el que piensa diferente a nosotros deja de ser un adversario para convertirse en un enemigo, oímos muchos discursos en los que el otro es una amenaza para nosotros, para nuestra forma de vida; a mí esto me preocupa, los países que entran en esa espiral de intolerancia hacia las ideas del otro, que dejan de poder dialogar siquiera, suelen acabar mal. Eso lo viví en muchos conflictos que me tocó cubrir como reportero, y cuando lo digo mucha gente me tacha de exagerado, pero creo que hay que tener cuidado, por eso me preocupa tanto de la irresponsabilidad de los políticos y de algunos medios en estar constantemente empujando la fractura en vez de intentar dialogar para llegar a puntos de encuentro. Parece que ahora mismo eso no es posible.

En la portada del libro hay una frase, “una novela sobre el coraje de vivir”. El lenguaje es curioso y caprichoso porque, a pesar del prefijo, superviviente está alejado de vividor.
Esa frase viene de un momento en el que una protagonista del libro, la psicóloga de duelo que trata a uno de los personajes, después de un largo proceso doloroso por la pérdida de una hija se lo susurra al oído, cuando ve que hay un atisbo de esperanza de que él empiece a salir del pozo oscuro en el que se encuentra le dice algo así como “ten el coraje de vivir”. Cuando estuve en las terapias de grupo de padres que habían perdido a sus hijos para tratar de entender mejor el dolor que eso puede suponer, una de las cosas que me admiró fue ese coraje de vivir que mostraban a pesar de lo que habían vivido, estaban haciendo un esfuerzo por reengancharse a la vida ya fuera porque tenían otro hijo, ya fuera por su pareja o por ese espíritu humano de querer levantarse cada vez que nos damos un batacazo. Me parece que la novela sí que refleja en alguno de los personajes esa valentía que a veces se nos exige de volver a empezar a pesar de las dificultades.

En la familia de Bosco impera la idea de que todo se puede comprar con dinero. ¿También la justicia?
Desgraciadamente, sí. Vivimos en un país que es una democracia liberal pero tiene sus defectos. Yo, que he vivido en tres continentes, 11 o 12 ciudades de diferentes partes del mundo, en todos esos lugares siempre ha existido una élite que contaba con impunidad, que estaba más protegida delas consecuencias de sus actos que el resto de los ciudadanos, y España no es una excepción. Aquí tener dinero y conexiones es todo uno, cuando tienes mucho dinero tienes muchas conexiones con el poder, eso puede ayudarte cuando tienes dificultades y, evidentemente, si tú vienes de un estrato social más humilde, estás más desprotegido. Por eso es tan importante la igualdad y tan preocupante que esté tan politizada en estos momentos, porque la capacidad de las élites o de los políticos para intervenir en la justicia es hoy mayor de la que yo he vivido en décadas, y eso desiguala mucho, un principio básico de una democracia es eso que dijo el rey emérito en su día en un discurso navideño: “Todos iguales ante la ley”, luego supimos que no era verdad, para empezar con él mismo. Una sociedad que somete a a los poderosos, a los millonarios y a los que tienen las mejores conexiones a la justicia de la misma manera que a cualquier ciudadano, es una sociedad más justa y mejor. Estamos yendo en el camino inverso y deberíamos protegerlo entre todos. No tiene pinta de que los políticos tengan esa intención, pero eso sería lo ideal. Al final las élites viven en burbujas, esa familia de La Moraleja que en un instante pierde esa protección, porque su hijo, que va borracho cuando tiene este accidente y mata a dos personas, no llega a aceptar la posibilidad de que ese heredero de la élite pueda enfrentar en igual de condiciones a la justicia, y eso es lo que también lleva a una familia humilde de Villaverde, que ha sido víctima de esa situación, a plantearse que si no va a obtener justicia por las vías normales y democráticas, hasta qué punto está justificada la venganza para reparar la pérdida. Son dos familias a las que enfrento en el relato al extremo de tener que plantearse encrucijadas morales sobre cuál es su situación en la sociedad.

¿Cómo de delgada cree que es la línea que separa ese deseo de justicia con el afán de venganza?
Todos, cuando nos han hecho daño, tenemos la tentación de la venganza. Cuando a uno lo han traicionado en el desamor o cuando nos han despedido y creemos que es injusto, al final queda un poso de resentimiento hacia lo que consideramos una injusticia, hay un deseo natural de venganza. Claro, cuando tú llevas esto al extremo de que te quiten lo más preciado que tienes en la vida, que es un hijo, me gustaba plantear hasta qué punto una persona normal, un ciudadano modelo, un profesor de música de un instituto como es Luis Delgado, cuando le quitan eso, tanto él como cualquiera de nosotros, cruzaríamos esa línea si la justicia nos abandona y no tenemos ninguna compensación. Mientras escribía el libro, yo, que soy padre de tres hijos, me lo planteaba. Es complicado decirlo sin estar en esa situación. No quiero hacer spoiler pero ahí hay una transformación del personaje provocada por ese trauma con muchas dudas morales sobre cómo comportarse en ese momento. A veces el deseo de venganza se apodera de uno y pasa a controlar los actos. La psicóloga de duelo, que es una de las protagonistas del libro, le dice a Luis que el dolor no va a desaparecer con la venganza, a lo que él responde “puedo vivir con el dolor, lo que no puedo vivir es con la injusticia”. La venganza, al final, es un intento desesperado de encontrar justicia. ¿Está justificada? Es complicado decirlo. Yo prefiero un sistema en el que tienes una justicia que hace ese trabajo por ti, que no te obliga o no te empuja a tomarte la justicia por tu mano.

“La venganza no deja de ser un intento desesperado de encontrar justicia”

María Zabala, la madre de Bosco, hace gala de una gran fe religiosa, pero esa moralidad va a chocar cuando tenga que ver poco qué puede hacer para salvar a su hijo de entrar en la cárcel. ¿Es una licencia literaria para dotar de más aristas a ese personaje, o hay un punto de crítica social?
Me preocupaba que el libro quedara demasiado cliché en cuanto a esa familia rica de la élite, sin empatía, cruel, egoísta, ambiciosa, y el contraste con otra familia humilde más limpia y pura. Ambas familias tienen sus contrapuntos o su claroscuro. En el caso de María he intentado enfrentarla a esa encrucijada: dejar que su hijo pague las consecuencias de lo que ha hecho o el instinto maternal de hacer todo lo posible por salvarle de sus actos. Por otra parte, tiene un marido con el que tiene una mala relación, una hija con problemas... La idea de que, por mucho dinero que tengas, un instante puede cambiar tu vida, y en eso todos estamos igual, la desgracia nos puede golpear a todos por igual, me parecía muy interesante. Luego hay una segunda idea: hasta qué punto ese cliché de que el dinero da o no da la felicidad es cierto. He tenido contacto por razones que no vienen al caso tanto con el mundo de la élite como con ese mundo más humilde, y he encontrado que, una vez uno tiene cubiertas sus necesidades básicas, no es más feliz una familia que vive en La Moraleja que una que vive en Villaverde, hay otras cosas: las relaciones con tu familia, las amistades, cómo te sientes contigo mismo... Todo eso es más determinante en la felicidad.

Después de que el lector pase por estas más de 350 páginas que tiene el libro, todos esos dilemas, ¿qué poso le gustaría que dejara ‘Días salvajes’?
Me gustaría que aprendiéramos como sociedad de los excesos que hemos cometido en el pasado para no repetirlos, que pensáramos que hubo una España donde la brecha social era mucho más pequeña, donde no nos detestábamos tanto como ahora simplemente por pensar diferente, y que pensáramos que hay gente en este país que vive todavía día a día, al límite. Si el libro consigue que además nos pongamos en la piel de gente que ha sufrido una pérdida importante y comprendamos esa ausencia, creo que puede ser importante. En mi relación con dolientes en terapias de grupo, una cosa que me encontré constantemente fue que se sentían incomprendidos, que la gente pasaba página a su alrededor demasiado rápido y que se quedaban muy solos en ese dolor. La mayor parte de las personas no sabemos cómo relacionarnos con alguien que ha perdido un hijo. Creo que el libro, que ha contado con la asesoría de una psicóloga de duelo, tiene claves para que nosotros seamos un apoyo para la gente que está de luto, no sólo por la pérdida un ser querido sino la gente que está de luto por una ruptura sentimental, por un despido laboral o por una traición de una amistad.

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