Después de ser finalista en el año 2021, la escritora madrileña se alza con el Premio Planeta. El galardón llega con ‘Victoria’, una novela con tintes históricos
Paloma Sánchez-Garnica:
“Todas las democracias tienen sus grietas, sobre todo la de Estados Unidos”
Lejos de las polémicas de ediciones pasadas, el Premio Planeta 2024 ha servido para que se ponga el foco única y exclusivamente en la literatura. Paloma Sánchez-Garnica toma el testigo de Sonsoles Ónega en el palmarés de este galardón gracias a ‘Victoria’.
Unas semanas después de la celebración de la gala, ¿ha asimilado ya la consecución del Premio Planeta?
Se va asimilando poco a poco; todo cauce, cuando se desparrama, y hemos tenido un ejemplo reciente, vuelve a su ser y a la normalidad, aunque sea un un poco extraña porque estamos constantemente con entrevistas y de aquí para allá, pero es algo muy gratificante.
En 2021 era finalista con ‘Últimos días en Berlín’, ¿En algún momento pensó que ese tren del Premio Planeta ya no volvería a pasar?Siempre les recodaba a los chicos de Carmen Mola que solo me habían ganado por un voto. Nunca me pongo límites en mi vida, pero además tengo un marido muy entusiasta en ese sentido. Cuando me pongo a escribir, no pienso ni en lectores, ni en si se va a poder adaptar a un formato audiovisual, ni siquiera en presentarlo a un premio; disfruto el proceso de creación, me tiene que fascinar, me tiene que entusiasmar lo que escribo y, a partir de ahí, cuando termino, me planteo otras cosas. Esta novela la terminé a finales de mayo y fue entonces cuando me planteé presentarla al Planeta, quedaban unos días para que acabara el plazo y la presenté. No perdía nada.
Como en ‘Últimos días en Berlín’, hay parte de la trama de ‘Victoria’ que también está ambientada en Alemania. ¿Es ese periodo histórico, el del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, el que más interés le genera?
Más que la Segunda Guerra Mundial, que no ha aparecido en ninguna de mis novelas, me ciño a otros años. Por ejemplo, en ‘Últimos días en Berlín’ se habla del antes, la causa, y el después, las consecuencias. No es que no me interese, sino que se ha hablado muchísimo y no aportaría nada si hablase de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Me interesan más las causas y las consecuencias. Cuando terminé ‘Últimos días en Berlín’, que estaba muy concentrada en las consecuencias que había traído el nazismo, no solamente en el horror del Holocausto, sino también en la violación de los derechos fundamentales de la población en general, me di cuenta de que al otro lado del Atlántico, en una democracia que se considera la cuna de los derechos y de la libertad, se atentaba de forma flagrante contra los derechos humanos de una parte de la población por su raza o por su ideología diferente. Me interesó ese mundo previo al Muro de Berlín que ya había tratado en ‘La sospecha de Sofía’, esos 15 años desde 1946, cuando empieza la novela, hasta el 13 de agosto del 61, cuando se hace física la construcción del muro, cómo se movían en ese Berlín sin muro y cómo se fragua esa Guerra Fría, ese momento histórico en el que las dos potencias mundiales, Estados Unidos y la Unión Soviética, se enfrentan por la hegemonía mundial, porque Europa estaba totalmente destruida, lo que tenían que hacer en esos momentos Gran Bretaña, Francia e Italia es reconstruirse, mirarse al ombligo a través del Plan Marshall. Los que se había unido contra el nazismo vuelven otra vez a ser enemigos. En Estados Unidos se utiliza el miedo para volcar ese temor al comunismo y perseguir todo lo que huele a izquierda o sindicalismo, y eso causó muchísimo daño, porque se señaló, se focalizó, se publicó y se filtraron denuncias sin ninguna consistencia contra inocentes que no tenían nada, pero que les destrozaron la vida.
La novela se llama igual que la protagonista, Victoria. Imagino que la elección de ese nombre no es casual.
No, porque primero fue el título, enseguida me surgió, es uno de los que he tenido claro de forma más rápida. Cuando empecé a pensar en esto en esta época de los 15 años posteriores a la guerra, pensé en ese nombre porque era la victoria de unos en contraste con los que estaban derrotados. Victoria me pareció un título muy adecuado. A partir de ahí empezó un proceso de lectura, de documentación, de ver películas y documentales... todo lo que sea referente a esa época, para dejar paso a un proceso de escritura donde los primeros pasos tenían como protagonista a una mujer que se llamaba Rebecca, aún no había incluido a su hermana en la trama. Sin embargo, a las pocas páginas ya no quería que se llamase Rebecca, me salía el nombre Victoria, de hecho alguna vez puse Victoria en vez de Rebecca, y comprendí que ella quería llamarse Victoria. En otro momento apareció la hermana a la que puse Rebecca.
“El hostigamiento de los nazis contra los judíos es similar al del Ku Klux Clan”
Muchas veces se ha revisado en la literatura los horrores del nazismo. Como buena conocedora de la Historia, ¿ha echado en falta un prisma femenino respecto a estos episodios?
Es lo que trato de hacer también en mis novelas. En ‘Últimos días de Berlín’ quería que el lector viera las consecuencias de la guerra en las mujeres, que también las sufrían, no solamente los hombres que iban al frente que morían. En esas ciudades más arrasadas por los bombardeos, las mujeres sufrían, además en sus propias carnes, la venganza de la inhumanidad de los soldados por la guerra. Fueron las mujeres las que mantuvieron la subsistencia de los seres a los que amaban, de los suyos, las que hicieron lo que fuera por sobrevivir y por mantener vivos a los miembros de su familia, se metieron la dignidad en un bolsillo para, si era necesario, prostituirse, ir al mercado negro, arriesgarse a lo que fuera por conseguir un abrigo o unos zapatos para sus hijos. Las mujeres también tienen sentimientos contradictorios, son mujeres resentidas y son capaces de tener la dualidad de ser unas envidiosas o unas resentidas con los suyos, como sucede entre Rebecca y Victoria, pero sin embargo lo dan todo, incluso la vida si fuera necesario, por su familia. Estas contradicciones, estos círculos viciosos y tóxicos los tenemos a veces los seres humanos respecto al que más nos cuida y el que más nos quiere, que es también contra el que volcamos todas nuestras frustraciones, nuestros miedos, nuestro resentimiento. Eso nos envenena poco a poco.
Del personaje de Victoria destaca el coraje, también para sacar adelante a su familia desde el punto de visto económico, una situación que quizás no nos han contado de forma tan habitual.
Las mujeres alemanas fueron las que reconstruyeron la sociedad, desde las que quitaron escombros y ladrillo a ladrillo forjaron la reconstrucción, hasta volver otra vez a construir los hogares, recoger los despojos de los hombres que venían humillados, vencidos, destrozados y destruidos mentalmente, ellas tuvieron que hacerse fuertes aunque también habían pasado lo suyo, habían sido violadas muchas veces, y sin embargo se callaron, guardaron ese dolor para ellas y se hicieron fuertes para salir adelante. Las mujeres en ese sentido somos muy resilientes, la resistencia que tenemos ante la adversidad es brutal, y en momentos como ese se ve. Victoria y Rebecca se reparten las tareas, la segunda es más limitada porque no tiene buena voz, no ha estudiado, la única forma que tiene de ayudar es la es cuidar a la niña, algo que también era necesario, o ir a los sitios donde se podían cambiar las cartillas de razonamiento. Victoria tiene buena voz, consigue algo de dinero y objetos que llevar al mercado negro para poder cambiarlos por unos zapatos, una pastilla de jabón, un abrigo... lo que fuera. Cada una se hace con su área, pero una que le echa cara constantemente a la otra ciertos aspectos y también Victoria tiene sus fallos con su hermana, la maneja mucho, tiene el sueño cambiado porque trabaja por la noche y luego sigue con su proyecto por el día. Son lo que somos los seres humanos normalmente, que cuando nos cansamos, cuando nos agotamos, muchas veces damos malas contestaciones o hablamos de mala forma; Victoria y Rebecca representan los lazos familiares normales y cotidianos de cada día, en esas circunstancias o en cualquier otra.
¿Tuvo siempre claro que iba a ambientar parte de la novela en Estados Unidos?
Creo que desde el principio. Cuando surgió esto, empecé enseguida a leer y cayó en mis manos una novela, ‘En busca de la felicidad’, que hablaba del macartismo y empecé a tirar de esa cuerda porque me impactó. Respecto a Alabama, a partir de ‘Lo que el viento se llevó’, quise saber más y tiré de una cuerda de la que salió el Experimento Tuskegee, en el que se utilizó como cobayas humanas a unos 400 hombres negros pobres en Estados Unidos, con la autorización del gobierno y durante cuatro décadas. Con los dos elementos, el macartismo y el racismo, me vino a la memoria el hostigamiento de los nazis contra los judíos, que es muy similar al hostigamiento y la violencia que ejerce el Ku Klus Klan contra los negros y contra los blancos que defienden los derechos de los negros; el miedo que se extiende por parte del macartismo a todo lo que sea y lo que huela a comunismo, a izquierdas o a sindicalismo, es muy similar a esa sensación de pánico, de persecución y de señalamiento que tuvo la Gestapo con cualquier disidencia en el nazismo. Había de las que rascar. Esa comparativa me pareció interesante, muchas veces pensamos que las democracias son perfectas y no es así, tienen sus grietas y más una democracia tan compleja como Estados Unidos. Por el hecho de que sean un número inferior, las víctimas o los que sufren las injusticias de esa democracia, no es menos injusticia que el horror de los millones de judíos o los millones de eslavos que sufrieron el nazismo.
Estos días vuelve a acaparar titulares Estados Unidos por la celebración de elecciones. ¿Cree que ha dejado algún poso en la sociedad actual norteamericana todo ese pasado racista que refleja la novela?
Los perjuicios raciales siguen vigentes, lo que pasa es que ya no están amparados por las leyes, antes leyes como las de Jim Crow, las de segregación, estuvieron legitimadas por una sentencia del Tribunal Supremo. Eso estuvo vigente hasta 1954, cuando otra sentencia determinó que no podía haber separación en las escuelas. Incluso hasta 1964, cuando Johnson consigue aprobar la ley de derechos civiles, a los negros se les ponían muchas trabas para votar, aunque tuvieran derecho a ello. Creo que eso sigue estando como se ha visto a lo largo de los años 70, 80 y 90, casos flagrantes contra negros y el racismo en organismos como la policía. Ahora vuelve a aparecer este hombre, Donald Trump. Siempre en la historia se ha alentado, tanto en Europa como en Estados Unidos, a un enemigo incierto para culpabilizarle de todos los posibles males que tiene la sociedad, ahora es el inmigrante ilegal, porque no hay que olvidar que el inmigrante legal ha votado a Trump. A su juicio, el inmigrante ilegal, que huye de la pobreza, es el causante de todos los males del mundo, tanto allí como aquí. En Estados Unidos ha emergido un ser grosero, machista, racista, un hombre con muchísimo poder que gobernó durante cuatro años y después propició el momento más crítico de la democracia de Estados Unidos, la toma del Capitolio. Han estado cuatro años en el poder los demócratas con Biden a la cabeza, han tenido la oportunidad de cambiar las cosas, pero es evidente que algo han hecho mal porque este hombre ha ganado con 5 millones más de votos, tiene el control del Senado y del Congreso, tiene un poder absoluto y además cree que la divinidad le ha elegido para salvar a Norteamérica, basándose en que no le alcanzó la bala. Por supuesto el problema lo tiene en Estados Unidos, aunque creo que en Europa vamos a sudar la gota gorda. Tiene que hacérselo mirar el partido demócrata, analizar qué ha hecho mal para que se le escape el triunfo y no haya sido capaz de convencer en estos cuatro años que son mejor alternativa que este hombre. Creo que tenemos un concepto del norteamericano bastante tóxico porque nos lo han vendido muy bien en Hollywood y pensamos que todos son gente de Nueva York, de Washington, Los Ángeles, San Francisco... pero es que hay mucho norteamericano de ‘Los puentes de Madison’, gente que no ha salido en la vida de sus condados, que tiene miras muy cortas y que cuando llega Trump les habla del sueño americano, de la libertad y de que son el país más rico, más justo y más poderoso del mundo, se lo acaban tragando sin rechistar.
Robert Norton, uno de los personajes, parece alguien modélico. ¿Está basado en alguien real?
Bueno, podría tener algo de mi marido, que es muy generoso, es un hombre muy digno, muy íntegro... Pero Robert Norton también tiene sus contradicciones, una historia desgarradora de un pasado que le destroza y que trata de superar. Cuando está a punto de superarlo con un nuevo amor, vuelve otra vez a estallar una verdad que le abre en canal la conciencia y ahí se plantea ejercer la justicia como su sentido común le dicta, o ejercer la venganza como le clama el corazón, o bien la amargura del silencio con todo el daño que eso podría suponerle a su conciencia. Afrontar ese dilema, esa elección, a él le humaniza mucho, porque puede ser muy íntegro, puede ser un hombre muy justo pero llega un momento en la vida en que te planteas para qué sirve la justicia.
Todas sus novelas han contado con el aplauso unánime de crítica y público. ¿Qué visión tiene de todo este recorrido en el mundo literario y qué es lo que más satisfacción le ha generado?
Llevo 20 años en este mundo, mi primera novela se publicó en el 2006. Creo que no me conocía nadie, no soy periodista, no tengo un programa de televisión ni de radio, no tengo una columna en un periódico... He ido avanzando casi lector a lector, muy lentamente, no he tenido un gran éxito con una novela. Sí que es cierto que aunque haya sido de forma lenta siempre he ido avanzando hacia adelante, nunca me he quedado estancada. Para mí es una satisfacción, porque al final he llegado a una meta después de un largo camino de más de cuatro décadas, las dos últimas dedicadas solamente a escribir, en el que he tratado de construir lo que quería ser, lo que quería hacer y lo que quería transmitir. Ya encontré mi lugar en el mundo con la escritura hace 20 años, me quise quedar aquí. Esto es como llegar a la cima de una montaña que llevo mucho tiempo subiendo. Estoy muy satisfecha, muy agradecida, soy muy consciente de que el esfuerzo merece la pena, no rendirse merece la pena.