Rosario Raro presenta ‘La novia de la paz’, una novela que ha sido reconocida con el Premio Azorín. En ella recupera la figura de la activista Emily Hobhouse, unida a la labor pacifista desarrollada por Gandhi



Rosario Raro:
“Por desgracia, la historia de la humanidad es también la de sus guerras”
Su trayectoria como autora poco o nada tiene que ver con el éxito precoz. Lejos de ello, Rosario Raro sigue cultivando sus valores literarios. Así, sin prisa pero sin pausa, la escritora de Segorbe ha vuelto a recibir otro reconocimiento de postín, el Premio Azorín, gracias a ‘La novia de la paz’.
Esta novela nació con un galardón bajo el brazo, el Premio Azorín. Imagino que le llena de orgullo y alegría.
Sí, efectivamente. Esa noche dije en el auditorio de la Diputación de Alicante que la vida me había sacado a bailar, eso es lo que sentí en esos momentos. Sabía que era finalista desde el lunes anterior, no se lo dije a nadie, fue el mismo motivo que me presenté con un pseudónimo. Si no hubiera ganado, tampoco lo hubiera dicho, pero creo que los premios siempre van bien, y cuando se trata de un galardón como el Azorín, con el prestigio que tiene, con ese listado de autores, desde Torrente Ballester, a amigos míos como Cristina López Barrio o Joaquín Camps, y personas a las que admiro tanto que lo han ganado otros años, la verdad es que reconforta.
¿Cuándo empezó a trabajar en esta novela? Lo digo porque publicaba ‘Prohibida en Normandía’ en mayo de 2024, habrán sido meses muy intensos.
’Prohibida en Normandía’ se publicó en mayo de 2024, pero llevaba trabajando en ‘La novia de la paz’ desde 2018. Mientras tanto, publiqué esa novela y la anterior, ‘El cielo sobre Canfranc’. La tenía que enviar al concurso antes del 30 de noviembre, que era cuando se cumplía el plazo. Durante estos seis años seguía trabajando en ella: a pesar de la promoción y de los viajes con mis libros, mi objetivo siempre es escribir una página al día; ese es mi gran desafío. Al cabo del año son 365 páginas, que trasladado al formato Word acaba siendo, más o menos, la extensión de mis novelas. Las personas que la habían leído, los lectores cero, como se dice ahora, sin conocerse entre ellos, me habían dicho que esta es una novela de premio. Era mi as bajo la manga. Efectivamente, gustó muchísimo al jurado. Además, en la noche de la entrega, las palabras de Juan Eslava Galán en la rueda de prensa fueron un premio añadido.
En ‘Prohibida en Normandía’ el personaje de Martha Gellhorn tuvo mucho peso. En esta nueva novela aparece Emily Hobhouse. ¿Tienen algo en común?
En los dos casos está la cuestión de rescatarlas del mar del olvido. En el caso de Emily Hobhouse, llegué a ella leyendo sobre Gandhi, quien había tenido una relación epistolar con Tolstoi, algo que yo desconocía. Gandhi tomó muchas ideas de la no violencia y la resistencia pasiva que provenían del escritor ruso, al que Gandhi admiraba mucho. Tolstoi, con 74 años, era entonces una de las personas más famosas del mundo. Gandhi quería que le apoyara en su lucha por defender los intererses de los indios que trabajaban en Sudáfrica. Descubrí que en las cartas que había escrito desde la cárcel Gandhi nombraba a unas mujeres que le habían ayudado mucho en esa labor. Una de ellas era Emily Hobhouse. Me deslumbró, igual que me había pasado con Martha Gellhorn: esta mujer encendió la conciencia del mundo, conmovió a millones de personas de varios países. Ella sola se opuso al imperio británico y quiso parar la guerra. Me pareció un personaje en el sentido rotundo del término.
“Hobhouse encendió la conciencia del mundo, se opuso al Imperio británico”
Esta mujer está considerada una de las precursoras del activismo social. ¿Por qué está tan olvidada?
Ella fue una activista ‘avant la lettre’. La Declaración de los Derechos Humanos se promulgó en 1948, y ella, en 1901, ya tenía plena conciencia de la defensa de los más desprotegidos. No se conoce su ingente labor porque fue considerada una traidora. El Imperio Británico la tenía enfrente e intentaron desacreditarla, llamándola ‘solterona histérica’, entre otras cosas. En Sudáfrica tuvo un funeral digno de una princesa, pero en su pueblo natal no salió ni un obituario en la prensa local. Eso obedecía a que era la persona más incómoda posible: desmontaba el relato heroico de las campañas británicas en África. Por eso la condenaron al ostracismo.
Una mujer pionera, pero con una historia personal difícil. ¿Cómo influyó en su vida privada ese carácter tan combativo?
Ella se rehízo. En la novela digo que no hay mejor venganza tras una traición que la felicidad. Había pasado los últimos 15 años de su vida cuidando de su padre enfermo, tarea tan propia de mujeres aún hoy. Cuando murió, le dejó una fortuna muy abundante a ella y a sus hermanos, y decidió, ya con 35 años, que entonces era ya una edad madura, ponerse el mundo por montera. Se fue a Virginia (Minnesota) a desarrollar su labor social con los mineros, porque se había criado al lado de una mina. Allí conoció a John Carr Jackson, con quien vivió una historia de pasión erótica desenfrenada. Ella misma decía que para nada llevaba la vida que se esperaba de una puritana en Estados Unidos. Pero esa relación se rompió, y ella, pese al dolor, decidió recomenzar. Ese mérito de mudar de piel, de las segundas oportunidades, de reinventarse en unas situaciones económicas duras, porque estaba arruinada, me parece enorme.
Hablando de segundas oportunidades, Shayna Orliens es otro personaje fundamental en la trama, aunque en este caso es puramente producto de la ficción. ¿Era habitual que en esa época, si desaparecía un marido, se culpara a la esposa de asesinato?
Me interesaba que fueran ellas dos las protagonistas: una famosa y otra anónima. Así mostraba la amistad entre mujeres y la igualdad esencial entre las personas. En la trama planteo un escándalo en la alta sociedad londinense, como los que tanto dañaron a Oscar Wilde: un ambiente hipócrita, de virtudes públicas y vicios privados. El marido de Shayna se ve envuelto en un escándalo sexual y, cuando huye a India, la acusan a ella de su desaparición. Tiene que escapar a Mozambique, donde encuentra a un escultor escocés, que a su vez es un fugitivo, pero no de la justicia sino del ejército; es un desertor. Me interesaba esa idea del amor como energía, un motor que usan dos personas para resurgir y renacer mejores.
Fiz, el marido de Shayna, ¿es uno de los personajes con más aristas dentro de la novela?
Quería que no hubiera héroes ni villanos, sino personajes muy humanos. Se trata de un hombre homosexual en una época en la que era ilegal, como se vio con el caso de Oscar Wilde. No es un villano, sino alguien obligado a vivir una vida en secreto. Todos los personajes están en metamorfosis. El escultor escocés llama a Shayna ‘Crisálida’, porque está mutando hacia un estado mejor. Pero para ser genuinos, todos ellos deben salir de Inglaterra.
Ha mencionado a sus lectores cero, quienes le dieron muy buen ‘feedback’. ¿Qué poso le gustaría que dejase esta novela en sus lectores?
Sobre todo que sea materia de reflexión. ‘La novia de la paz’ recoge las ideas pacifistas de Tolstoi, Gandhi, Emily Hobhouse, su hermano Leonard... Me preguntan si es casual que coincida con este momento de rearme armamentístico, cuando se habla de alistamientos y teniendo en cuenta que tengo a dos hijos en edad militar, no dudo en que me iría a Lima, donde viví 10 años. Actualmente, hay unos 60 conflictos en el mundo. Por desgracia, la historia de la humanidad es también la historia de sus guerras; no evolucionamos como especie. En la novela también está el trasfondo económico: las minas de diamantes y de oro. Hoy, tras las guerras, sigue estando la codicia.
Otra frase que dije en Alicante: las cicatrices nos muestran que el dolor ha terminado. Espero que los lectores, al terminar la novela, se identifiquen con ese estado de crisálida, que aparezcan en una cotidianidad mejor y que, si tienen que mudar de piel, sean valientes y lo hagan en esta vida.
“Tras la guerra sigue estando la codicia, como las minas de oro de esta novela”
En sus novelas siempre percibo un cóctel: contexto bélico, historias de amor y personajes que luchan contra injusticias sociales. ¿Ya está trabajando en algo nuevo?
Ahora tengo la gira del premio Azorín. Necesito que todo esto se pose, aún estoy en la nube de lo que supone el premio. Quiero acompañar al menos un año a ‘La novia de la paz’. Pero, como he pasado 35 años escribiendo sin que me publicara nadie, tengo muchísimo material anterior. Mi proyecto es intentar publicar una novela al año. Ojalá en 2026 pueda sorprender con otra historia.